Hace poco más de cuatro años, la Arquidiócesis de Puebla, a través del arzobispo Víctor Sánchez Espinosa, creó los comedores comunitarios para apoyar a los más necesitados.

Con el paso del tiempo, la demanda se ha incrementado. Primero eran cuatro comedores y ahora son seis.

Uno de ellos está ubicado en la Avenida 9 Oriente número 3, en la Casa de la Familia, que en un principio atendía entre 80 a 100 personas al día, pero a partir de marzo cuando la pandemia los obligó a cerrar temporalmente, las personas que solicitaron el apoyo casi se triplicaron y ya eran entre 250 y 280 a diario.

Luis Gerardo Reyes, quien se hizo cargo de los comedores Palafox,  recuerda que fue en abril de 2017 cuando inauguraron el lugar, lo bendijeron y entonces fueron a convencer a las personas en situación de calle que fueran y se sentaran en las mesas que habilitaron, mismas que ahora por la emergencia sanitaria están recogidas y acomodadas en un rincón de la gran cocina donde preparan todo de lunes a viernes.

“La gente desgraciadamente va aumentando en esta situación de ser desfavorecidas por los negocios que han cerrado, gente que viene que nos avisa que donde trabajaban los han despedido porque han cerrado y los vemos con las necesidades a flor de piel”, relata Luis Gerardo a El Universal Puebla.

La mayoría de los ingredientes para el menú del día –que hoy es tinga de pollo y arroz blanco- son llevados por el Banco de Alimentos y en menor proporción por otros donantes.

“(El Banco de Alimentos) Nos ha surtido lo necesario para darles de comer y hacer los alimentos de cada día. Nos surten porque han visto las necesidades que están cubriendo de la gente que pide su apoyo. Nos surten granos, cereales, verdura, sin embargo lo que es la proteína, en un principio sí nos daban para atender, pero ahora nos ha sido limitada”, lamenta.

Eso es lo que ha hecho más cansada la labor, el no tener alimentos y más ingredientes con qué guisar, además del cansancio después de año y medio de la pandemia, sin ninguna semana libre para un respiro, ni para Luis Gerardo, ni las voluntarias que lo acompañan.

“¿Qué necesitamos? Todo aquel que quiera traernos algo, todo aquel que nos quiera apoyar, cualquier cosa de proteína es lo que nosotros les pedimos”, pide, al asegurar que hasta una pieza de pollo o un kilogramo de frijol, será de utilidad.

Aunque al principio la comida era entregada de forma gratuita, ahora se ven obligados a pedir una cooperación de diez pesos debido a que aumentó la demanda, disminuyeron los donativos y se incrementó el costo de los insumos.

“Hemos tenido gente que nos ha comentado con pena y dolor que nunca habían pensado tener que recurrir a un comedor de caridad porque ellos tenían con qué. Entonces (pedimos) que todos nos hagamos solidarios…que la comunidad poblana nos pueda apoyar con sus donaciones… aquí todo lo utilizamos, aquí no se tira nada”, resalta.

Angélica Contreras es una de las personas que ha apoyado en la elaboración de los alimentos y entró como una forma de sanar ella misma.

“Yo decidí ser voluntaria en un momento de mi vida difícil, porque había quedado viuda.  Me hicieron la invitación y fue una gran bendición, aquí vine a salir de una situación de soledad, aquí vine a encontrar a mucha gente con necesidad grande y necesidad de amor y compañía”, comparte.

Rosa Ramírez es una de las primeras en formarse, la situación ha sido tan complicada al perder su empleo como lavaplatos en un restaurante.

“Teníamos trabajo y ahora con la enfermedad que vino, se vino todo para abajo”, lamenta.

Eduardo Rojas se apena al ser sorprendido en la fila, pero agradece que haya este tipo de lugares para quienes menos tienen.

“Ahorita es un beneficio para todos, porque desgraciadamente hay gente que no tiene qué comer y pues gracias a los señores podemos comer un taquito, vine a comprar para mí y una señora”, menciona.

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