El presidente López Obrador ha condicionado su asistencia a la Cumbre de las Américas a que también sean invitados las cabezas de Estado de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Y hasta hoy, lo han seguido en esa postura tres otros países latinoamericanos. 

De forma previsible, Estados Unidos no está contento. López Obrador ha desafiado su liderazgo en la región. 

De forma igual de previsible, la comentocracia neoliberal en México se alinea de forma inopinada a Estados Unidos y protesta. López Obrador, dicen, se ha vuelto “el embajador de los dictadores de América”. López Obrador “condona las dictaduras”. López Obrador “niega que las dictaduras sean dictaduras”. 

Me parece que es más simple. Ni López Obrador ni nadie puede desconocer que Cuba, Nicaragua y Venezuela son dictaduras. Ninguna operación del lenguaje puede negar la evidencia. 

Cuba fue el experimento americano de una dictadura comunista, un experimento que ha logrado el ascenso de una sociedad entera en los campos de la salud y la educación, y su desplome parejo en la pobreza material. 

Venezuela es la triste historia de una élite de poder que replicó los errores del experimento cubano, con iguales resultados económicos y sin los beneficios culturales y sanitarios. 

Mientras que Nicaragua es la locura de un matrimonio que fue de Izquierda y decidió quedarse en el poder hasta que la muerte los separe de él. Verídicos tiranos que nadie dentro de su patria o fuera admira. 

La pregunta nunca ha sido si se trata de países dignos de emular. La pregunta es de qué ha servido aislarlos. 

Lejos de forzar a sus cúpulas para que aflojen el control autocrático de sus poblaciones, el aislamiento les ha facilitado seguir ejerciéndolo sin testigos internos. 

El mismo bloqueo económico con que E.U.A. ha castigado a la Cuba comunista durante ya seis décadas ha sido un fracaso. Ha empobrecido a los cubanos sin ninguna ganancia para los norteamericanos. Y si el bloqueo permanece es por razones electorales internas: ningún político estadounidense ha querido enemistarse con los electores cubano-norteamericanos. 

El revés de esa pregunta es aún de mayor importancia. ¿Qué Cumbre de las Américas le conviene a la región?, ¿una a la que todos los países americanos asistan o una donde tres países estén ausentes? 

Tiene su gracia cómo la Historia se repite, con distintos rostros. En los años 70s del siglo pasado, Henry Kissinger, por entonces Secretario de Estado de los EUA, fue el promotor del ingreso de China a las Naciones Unidas. Al reclamo de que así se premiaba a una dictadura comunista, Kissinger respondió que no le veía mucho sentido a una organización de naciones donde una de las naciones más grandes territorialmente y más influyentes a nivel ideológico no participara. 

La ONU con China servía mejor a la paz mundial y a la cooperación económica que la ONU sin China. El Tigre Chino fuera de la tienda era una amenaza, en cambio dentro de la tienda abría la posibilidad de un mundo con acuerdos y negocios globales. 

La predicción de Kissinger se cumplió sobradamente. Hoy, poderosos vínculos económicos han convertido al Tigre chino en un socio confiable de Occidente y han espantado una posible confrontación bélica. 

En ese precedente parece estar pensando hoy mismo Biden, mientras su vocera anunció esta semana que el presidente norteamericano está considerando la exigencia de AMLO. No nos extrañe si en la Cumbre de las Américas Biden, AMLO y Maduro, hombro a hombro, se toman la fotografía. 

Y sí, tendría su gracia. 

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