Nos encontramos viviendo; ¿el cese de la vida es únicamente presente cuando lo pensamos?, ¿estamos atrapados en una consciencia de caducidad que nos obliga a ‘hacer cosas’ antes de que ‘se acabe nuestro tiempo’?

Desde una tradición filosófica existencialista, autores que van desde Pascal y Kierkegaard, hasta Sartre y Heidegger, analizan los sentidos y las condiciones relativas a la muerte del ser humano. Heidegger, específicamente, comenta que el ser humano es arrojado al mundo para conocer su finalidad indubitable: la muerte. Este conocimiento aparece en reiteradas ocasiones como un memorándum de nuestra finitud, y con ello, de cómo el ser debe apreciar cada día vivido.

El poema titulado ‘El remordimiento’ de Borges parece una buena reflexión para entender a Heidegger, así como para indicar que hacemos de todo, menos ser felices. El problema al que nos enfrentamos para lograr el cometido previo recae en todos los aparentes requisitos para ‘vivir la vida’ y en qué se entiende por dicha frase.

En la actualidad, existe una tendencia a ‘aprovechar la vida’, donde dicho aprovechamiento puede reducirse a una acumulación de experiencias, emociones, conocimientos, etc., una exigencia del ser para apresurarse a hacer de todo. Incluso las redes sociales reproducen las ―por así denominarlas― ‘recetas de la felicidad’ (viajar, consumir, generar capital, casarse a determinada edad, etc.), pero ¿Quiénes tienen las facultades, aptitudes, posibilidades, condiciones o ingredientes para llevar a cabo estas recetas?, ¿el trabajo puede ser el medio para cumplir la felicidad?, ¿la obtención de dinero o capital puede ayudarnos a cumplir con las ‘recetas de la felicidad’?, ¿la consciencia sobre nuestro fin nos obliga a vivir y ser felices?, ¿por qué la vida y la felicidad llegan a ser pretendidas como obligaciones?

Circula en redes sociales la idea de que todos tenemos las mismas 24 horas, esto con el fin de romantizar el esfuerzo laboral y estudiantil patológico, así como un malinterpretado estoicismo. El trabajo no puede determinar nuestra vida a tal punto que sólo existamos para trabajar, producir o generar ingresos, el problema es que las recetas de la felicidad parecerían indicar todo lo contrario: un ciclo irreflexivo de producción y consumo para poder decir que has ‘vivido’ lo suficiente o para creer que ‘has sido feliz’.

El trabajo se nos presenta como esa actividad que implica el uso de la fuerza propia con el objetivo de generar utilidad social. El problema de lo anterior es que dicha utilidad social parecería encontrarse en cómo el bienestar común se ha transformado en el bienestar de personalidades particulares ―personalísimas―; además de cómo el trabajo no siempre representa una remuneración suficiente para vivir la vida u ‘hornear felicidad’.

¿Podemos decir que toda la gente que ha trabajado hasta el cansancio cada día de su vida ha podido ser feliz?, ¿podemos decir que los salarios son suficientes para vivir la vida que queremos?, ¿podemos decir que comprar un auto o realizar un viaje que implique endeudarnos unos cuantos años nos hará felices?

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han insiste en que somos una sociedad del rendimiento, así como una sociedad cansada, es decir, sociedades atravesadas por el trabajo, donde la generación de capital y el consumo parecerían una nueva religión, un nuevo dogma que no acepta incrédulos. Con ello, Han concibe que somos sociedades cuyo fin generalizado se encuentra en el burnout: el cansancio crónico derivado del trabajo excesivo.

Ante esta situación, países como Islandia han demostrado que una reducción de la jornada laboral sin disminuir salarios puede mejorar la calidad de vida y optimizar los resultados laborales ―reforma laboral que la legislatura mexicana ha abandonado―; asimismo, tendencias como el slow living o el niksen también parecerían tácticas ―de acuerdo al concepto de Michel De Certeau― para amortiguar los efectos de las sociedades del rendimiento y el cansancio.

El ser humano suele adaptarse a las condiciones que lo vulneran, pero no podemos negar que la subsistencia del ser ―o al menos la mayoría de los seres humanos― requiere trabajo. No obstante, la vida no necesariamente requiere de recetas para la felicidad, y menos recetas socialmente impuestas para la felicidad: recetas que impliquen morir en vida trabajando ¿O qué tanto le tememos a la muerte para creer que seremos conscientes de ‘cuánto vivimos’ después de que la muerte nos consuma?

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