A pocos días de cerrar el año, quizá lo más urgente no sea correr para comprar los regalos de navidad y tener listo todo para una abundante cena, sino atrevernos a frenar un poco el frenético ritmo con el que vamos hacia todos lados sin rumbo, los últimos meses fueron convulsos, casi incendiarios. Vivimos en un mundo que acelera, nos montamos a su ritmo sin saber a dónde vamos ni por qué, sin atrevernos a meter el freno y preguntarnos si queremos seguir su paso, donde el consumo se disfraza de aspiración y la violencia se nos vuelve tan cotidiana que deja de aludirnos, de sorprendernos. La prisa nos gobierna, el ruido nos agota, y la distracción es la moneda con la que pagamos nuestra propia desconexión.
Sin darnos cuenta, nos hemos encerrado cada vez más en nosotros mismos, vamos por la vida como quien mira desde una ventana empañada, apenas corriendo la cortina, para evitar el contacto con lo que hay afuera, como quien teme contagiarse o que lo que hay fuera le devuelva la mirada. Nos gusta la seguridad de observarlo todo a través de una cómoda pantalla, un inmenso e interminable río de malas noticias discurre entre, la estridencia del ruido y las imágenes que desbordan nuestras redes sociales, despiertan el deseo de ser otro y tener más, siempre un poco más, nos van adormeciendo, hasta la insensibilidad, anestesiando nuestra consciencia para no sufrir con el dolor ajeno. Nuestra sensibilidad anquilosada, petrifica la esperanza, y el mundo se vuelve un lugar donde la vida transcurre sin que estemos realmente presentes.
Por eso vale la pena meter el freno, respirar profundo. Mirar hacia dentro sin prisa, ni miedo al silencio que aparece cuando todo lo demás se calla. No se trata de juzgarnos, sino de reconocernos a través de repasar lo que hicimos, lo que evitamos, de nuestras búsquedas y heridas, de todo lo que nos movió, de aquello que nos sostuvo, de aquellas personas a quienes amamos y nos aman. Un acto simple, pero profundamente humano, evaluar nuestros aciertos y errores sin juzgarnos, sólo reconociéndonos personas para humanizarnos y ser el próximo año una mejor versión de nosotros mismos.
La realidad siempre nos interpela, sólo hay que atenderla, escuchar con atención, en sus mociones hay invitaciones, pistas de la vida que se abre paso incluso en medio del caos y el ruido cotidiano. Las pérdidas, los encuentros, el cansancio, los destellos de alegría, todo lo sagrado y lo mundano en nuestras vidas enciende la esperanza, a veces arde con tanta fuerza que puede llegar a consumirse rápido, pero quedan rescoldos, como promesas que pueden encenderse nuevamente.
Es necesario preguntarse, sobre todo ahora que cierra el año: ¿Estoy viviendo la vida que deseo? ¿Soy feliz realmente o me convencí de que lo soy para evadir la responsabilidad de serlo? ¿Qué quiere cambiar en mí la vida? ¿Qué pide ser soltado? ¿Qué merece ser cuidado? ¿A qué estoy siendo llamado con insistencia y todavía no escucho?
Tal vez, valdría la pena hacer algo nuevo, ser mejor persona, mejor hermana, hijo, un buen vecino, procurar hacer el bien, ser más compasivos, ayudar a otras personas, solidarizarnos con alguna causa que nos conmueva, ver cómo nos resulta hacer algo por los demás, sin esperar reconocimiento, fama, o grabarlo para mostrar en redes sociales lo buena gente que eres, sólo hacer algo bondadoso por gusto. Podrías probar no repetir lo de siempre esperando algo distinto, podrías cambiar tú y ser diferente.
Si algo falta en tu vida, si siempre estás molesto o triste y no logras salir de la ansiedad, del disgusto ni el hastío, porque sientes un vacío que no puedes llenar con cosas, ni viajes o personas, una necesidad que se alivia momentáneamente cuando gastas o acumulas, pero regresa con más fuerza poco después, vale la pena hacer una pausa y escuchar lo que hay dentro de ti, apreciar el silencio, hacerte las preguntas correctas y atreverte a despertar a la consciencia, atreverte a vivir una vida más auténtica y superar las apariencias. El año está por terminar y es una buena oportunidad para que este final sea un nuevo comienzo para una existencia con profundidad y sentido.

