Por qué no podemos alcanzar niveles de reconocimiento y dignidad mínimos. Vienen a mi mente al menos un par de experiencias que si las entrelazo, son claves y urgentes para recrear nuestras formas y sistemas de vida digna. Me refiero a las experiencias del arte y el juego que serían difíciles de no reconocerlas en nuestra vida, mayormente en nuestra infancia. Cuando te ponían a dibujar o pintar algo, se entendía como un momento donde venía un juego, algo lúdico, una especie de recreo, y cuando era hora del recreo, la colectividad se dejaba llevar por toda clase de actividades lúdicas y creativas que nos integraba no solo socio espacialmente, sino a un transcurrir del tiempo diferente. Recuerdo el goce y alegría que el arte y el juego me brindaban. Por eso, es que nuestra reflexión crítica no parte de cero, sino del reconocimiento fenoménico que entrelaza nuestras experiencias artísticas y lúdicas, lo que podría llamar una estética de la dignidad, porque su praxis resulta en ejercicios plenos de libertad creativa personal y colectiva, contrastante con otras estéticas de la violencia y de las vulnerabilidades que permean y paralizan desde la impotencia y la desinformación.

Urgen narrativas en las fronteras estéticas, que visibilicen cómo es que estas se entrelazan para potenciar soluciones creativas y horizontes de esperanza. Primero, consideremos que epocalmente en ambas estéticas referidas, hoy se cuenta con mediaciones que pueden transparentar las tramas y sistemas imbricados, más que nunca parece tarea posible, y más cuando las fuentes de información se han diversificado y las tecnociencias abren posibilidades infinitas de diagnosticar vulnerabilidades y oportunidades para pasar del reconocimiento y la enunciación a la praxis y quitar el velo falso de incapacidad y adentrarnos seriamente en la resolución de problemas, como cuando éramos niños y el mismo juego se podía transformar, fluían normas, reglas y todo podía ser diferente, todo podía replantearse, las fronteras se diluían. Aquí hay que recordar eso que Nietzsche refería sobre encontrar la seriedad con la que en nuestra infancia jugábamos. Efectivamente nos tomábamos muy en serio el jugar, porque era lo mejor del día, se deseaba el tiempo de juego y se sabía que sin las otras personas no había juego, ya que en colectivo se creaban los nuevos retos, las nuevas formas y sistemas de juego.

Cómo crear comunidades de cuidado desde las lógicas del juego y del arte. En la praxis artística, crear es reubicar, desplazar, desaprender, reconceptualizar, deconstruir y hasta jugar con la materialidad lineal del tiempo. Crear ambientes seguros, donde estas acciones creativas posibiliten nuevas metáforas y narrativas que nos ayuden a explicar, entender y ejercer una necesaria permeabilidad transdisciplinar para reformular los campos culturales actuales, es posible e indispensable para reproducir a su vez una des-subjetivación creadora colectiva como en el arte y el juego. Reconocer y restituir nuestras libertades creativas, representa recuperar la significación y rumbo del estar bien con nosotros mismos, recuperar el sentido de esa seriedad Nietzscheana en las experiencias de cuando jugábamos.

Cierro ubicando algunas de las experiencias dialógicas entre el arte y el juego que podemos identificar como estrategias en contra de nuestras actuales vulnerabilidades. Solo por referir algunas; cuando creas y juegas, no tienes miedo, en el juego se crea comunidad y se reconocen fortalezas y debilidades, en el arte se ubican experiencias de significación únicas, en ambos se ubican la creación y el juego como forma de vida, como espacio de libertades, en ambos se ubican situaciones donde me involucro en su totalidad y se ubican “seriedades” e intensidades emocionales. Pero quizás más significativamente, en aquello que esta entre el arte y el juego, se refleja la posibilidad de comprensión y significación de nuevas realidades, en las cuales creatividad y espontaneidad, logran que la vida y el tiempo se enfoquen de forma diferente, lo que puede restituir la alegría y la esperanza de vivir.