En las últimas semanas, las protestas de la llamada Generación Z se han vuelto un tema constante en la discusión pública. La marcha del 15 de noviembre abrió el debate sobre si este movimiento refleja un reclamo genuino de las y los jóvenes menores de 30 años o si, por el contrario, fueron manipulados y usados para favorecer intereses políticos de la oposición. Más allá de la postura que cada uno adopte, lo cierto es que este tipo de movilizaciones no es exclusivo de México: las protestas encabezadas por jóvenes están ocurriendo en muchas partes del mundo.
La participación juvenil en las calles no es nueva. De hecho, una de las primeras grandes movilizaciones donde las y los jóvenes fueron protagonistas ocurrió durante la Primavera Árabe en 2011. A casi quince años de distancia, sorprende que muchas de las demandas de entonces sigan vigentes: gobiernos más democráticos, fin a la corrupción y mejores oportunidades de empleo. Todo comenzó en Túnez y pronto se extendió a Egipto y Jordania. En otros lugares, como Libia y Siria, las consecuencias fueron trágicas y desembocaron en guerras civiles que aún marcan la región.
La Primavera Árabe también inauguró una nueva forma de protesta: la organizada desde las redes sociales. A través de Facebook se convocaban marchas y, mediante Twitter, los jóvenes lograban coordinarse para evadir los cercos policiacos y contrarrestar la desinformación.
Hoy, un cuarto de siglo después, las nuevas juventudes vuelven a tomar protagonismo, esta vez utilizando plataformas diferentes como Instagram y Discord, una aplicación originalmente pensada para videojuegos pero que se ha convertido en un espacio clave de organización. En países tan distintos como Bangladés, Kenia, Marruecos, Indonesia y Perú, la Gen Z encabeza protestas contra abusos de poder, decisiones arbitrarias y desigualdades que afectan la vida cotidiana. En la mayoría de estos casos, la presencia juvenil sirvió como detonante para que otros sectores sociales se sumaran y denunciaran aumentos injustificados de impuestos, corrupción en megaproyectos o el uso indebido de recursos públicos para viajes, lujos y beneficios personales de funcionarios.
Un caso especialmente llamativo ocurrió en Nepal en septiembre de este año. El malestar social surgió cuando los hijos de altos funcionarios —los llamados nepo babies— comenzaron a presumir en redes sociales lujos. La respuesta del primer ministro, Khadga Prasad Sharma Oli, fue prohibir todas las redes sociales. Pero la medida tuvo el efecto contrario: miles de jóvenes se organizaron para salir a las calles y exigir su renuncia.
Nepal es una república relativamente joven: apenas en 2006 dejó atrás una monarquía que gobernó de manera autocrática por casi 30 años. A pesar de su corta experiencia democrática, la presión social encabezada por la Generación Z logró la caída del primer ministro, quien llevaba casi una década en el poder. Pero lo más curioso vino después: la propia juventud, mediante votaciones organizadas en Discord, eligió como primera ministra interina a Sushila Karki, una prestigiosa jurista septuagenaria que había participado en el proceso para derrocar al rey. La enorme brecha generacional entre ella y quienes impulsaron su nombramiento muestra que el objetivo de estas protestas no es “tomar” el gobierno, sino presionar para que se ejerza de manera honesta y responsable.
Es posible que, en algunos de estos casos, sectores opositores e incluso los mismos mandos militares hayan intentado aprovechar el descontento juvenil para impulsar cambios políticos. Sin embargo, en la mayoría de los países, las razones detrás de estas movilizaciones tienen un origen claro: situaciones reales de injusticia, frustración económica y falta de oportunidades. La Generación Z, conectada, informada y acostumbrada a organizarse desde sus teléfonos, está encontrando nuevas formas de exigirle a sus gobiernos que escuchen y actúen.