En los últimos años ha ido en aumento la cantidad de estudiantes con alguna condición que he conocido en clase y dentro de los espacios universitarios. Asperger, debilidad visual severa y problemas de audición son algunos de los temas que se han presentado.

Estas experiencias en clase, junto con otros casos en los que he estado involucrada desde otros espacios en la institución, me han hecho cuestionar mi práctica docente, el diseño curricular y también las condiciones institucionales actuales para atender la diversidad.

Históricamente la Educación Superior es el nivel que menos ha atendido la diversidad en sus espacios escolares. Conforme los niveles de educación básica, media y media superior avanzan en temas de inclusión, más posibilidades hay de que lleguen estudiantes con algún tipo de condición a la universidad. Esta realidad nos está alcanzando y me parece que las universidades carecemos de muchos recursos para acompañar de manera correcta estas situaciones.

Esta situación pone en “jaque” muchos elementos de la estructura y cultura de las instituciones universitarias, no solo se trata de los aspectos más prácticos y operativos que requieren modificarse, sino de un cuestionamiento más profundo de qué es la educación, para qué educamos, cómo educamos y en qué condiciones.

En los pocos espacios en los que se dialoga acerca del tema, la conversación se centra en identificar estrategias prácticas y “fácilmente” aplicables en la labor docente, sin embargo, hay poca reflexión profunda que aborde una revisión de los valores que se implican tanto, personales como institucionales, del rol del docente en un sistema más amplio de inclusión o de exclusión, de la labor de la universidad en la promoción de la inclusión, etc. Las Claro que las estrategias son importantes, pero debe haber una base sobre las que estas se fundamenten, un por qué y para qué de su aplicación y uso.

El posicionamiento personal, la convicción y la criticidad dan la pauta para acciones pertinentes, flexibles, adaptables, en constante mejora y búsqueda. Si no, se corre el riesgo de ser operadores de estrategias sin juicio alguno.

Otro elemento esencial es generar espacios de diálogo y tender lazos para construir de manera conjunta. Percibo una gran soledad de los docentes para enfrentar su día a día y considero que es una responsabilidad institucional crear espacios y estrategias de acompañamiento en donde se promueva la reflexión sobre temas tan importantes como la inclusión y la acción al respecto.

Como dicen Tony Booth y Mel Ainscow en su Guía para la Educación Inclusiva (2011):

La inclusión es una empresa compartida. Vemos la promoción del aprendizaje así como la participación y la lucha contra la discriminación, como una tarea que nunca termina, que nos involucra a todos en la reflexión y en la reducción de las barreras que hemos y seguimos creando y que generan fracaso escolar y marginación.

Hay un gran pendiente institucional respecto a la inclusión, desde los aspectos más operativos, como la forma en la que se realizan los procesos de admisión y las instalaciones, hasta elementos de fondo como los valores que promovemos, la postura que se toma respecto a la diversidad y la estructura que se construye a partir de eso.

La inclusión no significa “aceptar a todos” sin mayor modificación de las estructuras, formas de operación, valores, dinámicas de relación, etc. Deben tomarse medidas y diseñarse procesos de transformación institucional y acompañamiento a la inclusión.

Distintas experiencias que se han tenido en el ámbito universitario me han llevado a cuestionarme distintos aspectos. Comparto algunas de esas preguntas y reflexiones:

  • ¿Cómo repensar el diseño curricular y las trayectorias universitarias para responder a la diversidad?
  • ¿Cómo garantizar que haya procesos de acompañamiento y apoyo para todos los estudiantes? Incluso cuando en muchos casos no se declara una necesidad particular al ingreso
  • ¿Cómo promover una postura y labor docente que desde su concepción promueva la diversidad, más allá de la presencia de casos específicos?
  • ¿Cómo está la situación desde el aspecto legal? Accesibilidad, exigibilidad del derecho a la educación, etc.
  • ¿Qué trabajo está pendiente tanto con profesores y coordinadores, como con estudiantes para la promoción de la inclusión?

Es responsabilidad de quienes formamos parte de la comunidad educativa poner los temas sobre la mesa y llevar a nuestras instituciones a cuestionarse y actuar al respecto, sin embargo, esto no puede pasar sin un trabajo personal de cuestionamiento, de revisión de la congruencia de nuestras acciones, de los valores que promovemos y de la concepción que tenemos de la educación.



Referencia:

Booth, T. y Ainscow, M. (2011) Guía para la Educación Inclusiva: Desarrollando el aprendizaje y la participación en los centros escolares. Organización de Estados Iberoamericanos. FUHEM.

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