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La llama que no se apaga: una pedagogía de la desobediencia 

Escrito por: Mtro. Leopoldo Díaz Mortera, Académico

01/07/2025 |10:54
El Universal Puebla
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La esperanza no siempre se encuentra en la obediencia, en el cumplimiento dócil de las normas, ni en la repetición de lo establecido. A veces, la esperanza se esconde en el gesto valiente de quien se atreve a decir “No” y “Basta”. En un mundo que premia la conformidad y castiga la diferencia, la desobediencia puede ser un acto de profunda humanidad. No hablamos de la rebeldía vacía, del anhelo adolescente que confunde libertad con capricho, sino de una desobediencia lúcida, ética, que nace del compromiso con lo justo y de la digna rabia.

Paradójicamente, la educación se presenta como el camino hacia la libertad, pero muchas veces es una fábrica de gente obediente. Desde los primeros años, se entrena a los niños para seguir instrucciones, repetir fórmulas, levantar la mano, pedir permiso para pensar. Se les enseña a obedecer sin cuestionar, a memorizar sin comprender, a callar cuando algo disgusta y a repetir la fórmula para encajar. No todas las escuelas, sería injusto generalizar, pero sí la mayoría, promueven un adiestramiento para la obediencia ciega, más cercana al orden castrense que a la emancipación del pensamiento.

El experimento de Milgram, en el que personas comunes aplicaban supuestas descargas eléctricas a otros por orden de una figura de autoridad, revela con crudeza hasta qué punto estamos dispuestos a renunciar a nuestro juicio moral cuando una voz externa, que reconocemos como autoridad, nos lo exige. La obediencia, cuando es ciega, puede ser peligrosa, la historia está llena de horrores cometidos por quienes solo seguían órdenes.

Por eso es tan importante una pedagogía de la desobediencia, enseñar y aprender a desobedecer en un mundo lleno de torvas figuras de autoridad que promueven un individualismo que nos deshumaniza, en un mundo injusto y egoísta la desobediencia se alza como una forma de lucidez. Es el gesto de Antígona enterrando a su hermano contra el edicto del rey. Es la obstinación de Hermann Hesse, quien en su texto homónimo defiende la fidelidad a la propia conciencia por encima de la conveniencia o la norma. Es la voz interior que nos dice que algo no está bien, aunque todos digan lo contrario.

Educar para la desobediencia no significa formar anarquistas, sino ciudadanos críticos. Significa enseñar a distinguir entre la ley y la justicia, entre la norma y el bien, para cultivar el coraje de pensar por uno mismo, de disentir, de actuar para no ser cómplices del silencio ni la indiferencia. La verdadera madurez no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en hacer lo que uno debe, incluso cuando eso implica desobedecer.

En la vida diaria, la desobediencia puede parecer retrógrada o insignificante, pero es importante cuando cuestiona la regla injusta en el trabajo, defiende al excluido, se niega a cometer injusticias por agradar o pertenecer, e incluso evita las prácticas corruptas sólo porque son comunes o todos lo hacen. Cada uno de estos actos es una chispa que mantiene viva la llama de la esperanza. Porque donde hay alguien que se atreve a decir “No” a decir “Basta”, hay también la posibilidad de un mundo distinto.

En su ensayo Desobediencia Civil (1849), Henry David Thoreau plantea que el individuo no debe permitir que el gobierno (o cualquier institución) anule su conciencia moral. Para él, la verdadera obligación del ser humano no es obedecer leyes injustas, sino actuar conforme a lo que considera justo, incluso si eso implica enfrentarse al poder.

La esperanza florece en la desobediencia en tiempos de crisis, de autoritarismos disfrazados de orden, necesitamos más que nunca una pedagogía de la desobediencia, una educación que forme espíritus libres, valientes, capaces de escuchar su conciencia y actuar en consecuencia. Pero también la educación es la que puede y debe posibilitar la inteligencia y la capacidad de discernir cuándo la obediencia es deseable y cuando la desobediencia es inevitable y no es sólo la escuela la que educa, por eso uno debe educarse a sí mismo para alumbrar a los demás. Educan la familia, los amigos, la sociedad y nos educamos en la vida en comunidad.