Después de impartir, en conjunto con otros colegas, el curso de Historia Económica, caí en la terrible realización de que no se discutió la contribución de ninguna mujer economista. A esto se añade el hecho de que, cuando pregunto sobre ejemplos de personas que han ganado el Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel, siempre obtengo las mismas respuestas: casi nadie recuerda a las tres mujeres que han recibido el premio. Las fotos de los pasillos, las portadas de los libros y las anécdotas que contamos en clase refuerzan la misma imagen: quien piensa, modela y decide en economía suele ser un hombre. El mensaje silencioso para muchas estudiantes es contundente: “este campo no está pensado para ti”.
Lamentablemente la invisibilización de las mujeres en economía no se limita a los libros de texto. Empieza desde la duda sobre si “esa carrera es para ellas”, continúa en las aulas —donde muchas veces son minoría— y se profundiza en los espacios de toma de decisiones, en los paneles académicos sin una sola voz femenina, en las instituciones donde los equipos de análisis económico siguen siendo abrumadoramente masculinos. No se trata solo de representatividad simbólica: cuando las mujeres están ausentes, también quedan fuera sus experiencias, sus preguntas y sus prioridades.
Sería relativamente cómodo pensar que el tiempo resolverá este problema por sí solo; que basta con repetir las invitaciones genéricas a más mujeres a estudiar. Pero la experiencia diaria en las universidades y en el mercado laboral muestra otra cosa: a pesar del talento y del esfuerzo de muchas jóvenes economistas, persisten barreras explícitas e implícitas. Comentarios que descalifican su voz, sesgos al asignar tareas técnicas frente a tareas “de apoyo” o secundarias, dudas sobre su capacidad o disponibilidad para asumir responsabilidades mayores, o el simple hecho de que rara vez se les nombre como expertas en los medios masivos.
Frente a esa realidad, limitarse a celebrar “el talento femenino” sin revisar estructuras y prácticas es, en el mejor de los casos, insuficiente. Las instituciones educativas tenemos la responsabilidad de preguntarnos qué mensajes enviamos cuando organizamos coloquios, elegimos conferencistas, diseñamos programas de estudio o armamos equipos de investigación. ¿Cuántas veces, por inercia, aceptamos paneles formados exclusivamente por hombres? ¿Cuántas veces citamos a las mismas voces de siempre, mientras el trabajo de economistas mujeres permanece en un segundo plano? No es un problema de falta de talento; es un problema de criterios y prioridades.
En este contexto, el Tecnológico de Monterrey Campus Puebla organizó un evento titulado “Conversatorio con mujeres economistas”, realizado el viernes 21 de noviembre en el marco del Coloquio Estudiantil de Economía. Este evento no es un acto simbólico más en la agenda. Es un esfuerzo deliberado por generar espacios a quienes, muchas veces, han tenido que abrirse paso en estructuras que no fueron diseñadas pensando en ellas. Reunir en un mismo espacio a economistas que trabajan en la academia, en el sector público, en la iniciativa privada y en organizaciones de la sociedad civil, permite algo muy sencillo pero poderoso: que las y los estudiantes vean y escuchen trayectorias diversas, con logros, dudas, obstáculos y decisiones concretas.
Este conversatorio parte de una convicción clara: la calidad de la reflexión económica mejora cuando hay diversidad de experiencias en la mesa. Las preguntas que se formulan sobre pobreza, cuidados, movilidad urbana, mercado laboral o política fiscal no son neutrales; dependen de quién las hace y desde dónde las mira. Si la economía quiere hablar con seriedad de bienestar y de justicia, no puede seguir construyéndose desde un grupo estrecho y homogéneo. Incluir más mujeres no es un gesto de cortesía, es una condición para hacer mejor análisis y para diseñar políticas más pertinentes.
Si de verdad creemos en una economía al servicio del bienestar y del desarrollo, tenemos que empezar por revisar quiénes están sentadas y sentados a la mesa donde se discute ese bienestar. En ese sentido, quiero afirmar que “Economía se debería escribir con E de Equidad” no es un juego de palabras: es un recordatorio de que la disciplina no podrá cumplir sus promesas si insiste en dejar fuera, literalmente, a la mitad de la población. El viernes 21 de noviembre, en el Campus Puebla, dimos un paso más para que eso deje de ser un eslogan y se convierta en práctica cotidiana.