Históricamente la educación se ha concebido como la acción de transmitir conocimiento o adoctrinar a los jóvenes (RAE, 2016) para que tengan un cierto conocimiento, pero en un sentido más amplio la educación es un proceso humano y cultural complejo que es dinámico, que busca perfeccionar a la persona, y al decir de Aníbal León, de hacerla libre (León, 2007).

Según Paulo Freire, los frutos de la educación son el amor, la justicia la ciencia, la sabiduría, la inteligencia, el conocimiento, la significación, valores, templanza, bondad, honestidad, y la libertad (Freire, 1998).

¿Pero por qué educar otorga todos estos atributos que le adjudica Freire? ¿Toda la educación aporta lo mismo? ¿Por qué la sociedad contemporánea carece de estos atributos, como la justicia, la bondad y la libertad en su sentido más amplio, si más que nunca tenemos acceso a la educación?

Si se analiza la educación a la luz de la filosofía como un acontecimiento ético, es casi forzoso comenzar con los conceptos de autonomía y heteronomía de Emmanuel Kant. Para él, la autonomía de la voluntad es el único principio de todas las leyes morales mientras que la heteronomía no sólo no funda obligación alguna, sino que es contraria a la primera (Bárcena & Mèlich, 2000).

En la heteronomía, existe fuera de la persona un marco regulatorio que modera su actuación, pero en esto no hay actos morales pues se realizan por factores externos.

Es en realidad en la libertad del individuo, en su actuar autónomo donde si existe una autoregulación, un marco de actuación interno que implica voluntad en libertad que se puede hablar de actos morales, siendo esta última más importante para la convivencia.

Para Levinas en cambio, existe una autonomía heteronomizada, donde la heteronomía antecede a la autonomía pues implica una responsabilidad hacia los demás, más valiosa que la voluntad y el bien propio: antes que yo mismo, está el otro, a quien le debo respeto y responsabilidad y aunque esto podría ser considerado una heteronomía, pues es un factor externo el que limita mi actuar, más bien es lo que hace posible la autonomía (Bárcena & Mèlich, 2000). Pero, ¿quién es el otro?

La otredad es un concepto que ha sido abordado por diversos autores, el otro, el que no soy yo, es el que Emmanuel Levinas denomina rostro (visage).

El rostro del otro en este caso, no es una imagen, sino una voz, una alteridad que posee historia, voluntad, que es externa pero que es quien hace posible la autonomía heteronomizada propia.

Para mí es revelador que lo conciba no como algo meramente visible, sino como una voz, pues es a través del lenguaje, en la narración de la historia del otro donde converge el diálogo, y donde se nos permite vivir la experiencia de la otra persona y entender algo que no he experimentado directamente (Mèlich, Filosofía Educación y Memoria. La identidad de la filosofía de la educación frente al Holocausto.).

Para Hannah Arendt y para Paul Ricoeur en la narración no sólo hay una historia, sino que la narración es el otro, lo que permite la imposibilidad del olvido: al usar el lenguaje y la narración, al entregarnos su historia, nos revelan su rostro, su pasado.

El proceso educativo debe estar basado en el respeto del otro, de un ser que debe decidir por voluntad propia aprender o no, qué desea saber, y para qué. Y es aquí donde entra en juego la ética.

El otro es un ser ajeno, completamente extraño, que nos otorga la posibilidad de ser y una posibilidad de trascendencia, pues en el ser que estamos educando podemos revelarnos como seres éticos (Romero, 2011), responsables en el intercambio de ideas en las que ambos crecemos.

Se requiere ser receptivo y escuchar tanto la voz como el silencio del educando, pues es en ese silencio donde las ideas que germinan encuentren salida.

La hospitalidad en la educación es precisamente esto, recibir y acoger al otro, dueño de su propia historia/narración, y hacerse cargo de él, de su fragilidad, de su pasado, de su vulnerabilidad para poder construir un futuro, por tanto, la educación es un proceso que en realidad no tiene tiempo.

Creo que todos los docentes necesitamos desarrollar el pensamiento crítico y las nociones de ética y filosofía que nos permitan desde nuestra materia, no importa cuál sea, promover y provocar en los jóvenes esa concientización del otro, para que en algún momento puedan tener esa epifanía, ese descubrimiento del rostro, de la voz y la narración de esa alteridad que les permitirá ser ellos mismos, pero mejores, más completos, capaces de actos morales. Descubrir a la otra persona para ser persona.

Bibliografía
Bárcena, F., & Mèlich, J. (2000). La educación como acontecimiento ético. Barcelona: Paidós.
Freire, P. (1998). Pedagogía del oprimido. Montevideo: Siglo XXI.
León, A. (Diciembre de 2007). Qué es la educación. Recuperado el 12 de septiembre de 2016, de www.scielo.org.ve: http://www.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1316-49102007000400003
Mèlich, J. (s.f.). Filosofía Educación y Memoria. La identidad de la filosofía de la educación frente al Holocausto. Recuperado el 12 de septiembre de 2016, de http://ler.letras.up.pt/uploads/ficheiros/6198.pdf
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