Hablar de liderazgo en el espacio universitario es hablar de un proceso vivo, en construcción y lleno de matices. En el Tecnológico de Monterrey, el área de Grupos Estudiantiles dentro de la Dirección de Liderazgo y Formación Estudiantil ha demostrado ser un espacio fértil para sembrar y desarrollar las semillas del liderazgo. No se trata únicamente de organizar actividades o representar a un colectivo: se trata de vivir retos e iniciativas que impulsan un liderazgo inspiracional, positivo y comprometido con el bienestar de todas y todos.

El liderazgo que hoy se demanda, no surge de la noche a la mañana, ni se transforma en el transcurso de un semestre. Es, más bien, un camino constante y en que los estudiantes puedan pertenecer y permanecer a lo largo de distintos periodos en uno o más grupos estudiantiles lo cual les permitirá irlo afinando, al ir probando distintas experiencias que los llevan a descubrir sus propias necesidades y oportunidades de crecimiento: aprender a escuchar, a expresarse, a colaborar, a organizarse y a sostener una visión compartida con sus equipos.

Este desarrollo se da, principalmente, a partir de causas y preocupaciones genuinas que los jóvenes detectan en su entorno. Desde la preparatoria hasta la universidad, son ellos quienes identifican incomodidades, intereses y oportunidades que vale la pena atender. Así nacen proyectos que buscan responder a esas inquietudes y que colocan a los estudiantes como representantes y promotores de un cambio.

Lo más valioso de esta dinámica es su diversidad. Existen grupos orientados al deporte y la recreación, al arte, la cultura y el entretenimiento, otros enfocados en la vivencia estudiantil y los programas académicos, y también aquellos que ponen sobre la mesa temas de inclusión, bienestar y sentido humano, entre otros. Todos ellos conforman un ecosistema de aprendizaje en el que cada estudiante encuentra un espacio para aportar y, a la vez, crecer como líder.

A esta oferta se suman los Programas de Desarrollo de Liderazgo, diseñados para reconocer habilidades, acompañar proyectos y dar estructura a los procesos formativos. Estos programas colocan a los jóvenes en situaciones retadoras, donde deben tomar decisiones, enfrentar realidades diversas y fortalecer su potencial como líderes.

El liderazgo universitario, entonces, no se limita a un título o a una función representativa. Es un proceso que, desde los grupos estudiantiles y los programas de desarrollo, impulsa a los jóvenes a convertirse en agentes de cambio. Y en ese trayecto, quizá la enseñanza más importante sea comprender que liderar no es ordenar, sino inspirar, sumar, cuidar y transformar junto con otras y otros.

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