Catedráticos Tec de Monterrey

Socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres

Escrito por: Dra. Viviana Ortiz Meillón, Directora General del Tec de Monterrey Campus Puebla

16/05/2025 |11:50
El Universal Puebla
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En un tiempo que a menudo nos empuja al individualismo y la competencia, resulta urgente volver la mirada hacia el sentido profundo de la civilización: la posibilidad de cuidarnos mutuamente. Recordé esto al retomar una anécdota de la antropóloga Margaret Mead, quien, ante la pregunta de un alumno sobre cuál fue el primer signo de civilización, respondió sin dudar: “Un fémur fracturado que después sanó”. La respuesta desconcertó al estudiante. ¿Por qué no una herramienta, una rueda, un fuego controlado? Pero Mead explicó que ese hueso curado implicaba que alguien se detuvo a cuidar a otro, que lo inmovilizó, lo protegió, lo acompañó en su dolor. En palabras sencillas, que alguien renunció a su interés inmediato para reconocerse en la vulnerabilidad del otro. Eso, dijo ella, marcó el inicio de nuestra cultura: la solidaridad como acto fundacional.

La educación tiene ese mismo propósito civilizatorio. No basta con transmitir conocimientos. Necesitamos formar comunidades capaces de verse en el espejo del otro y actuar con compasión, colaboración y compromiso con el bien común. Por eso, en este Día del Maestro, más que conmemorar una función, celebramos una vocación profundamente humana: la de acompañar, cuidar, inspirar y transformar. Cada gesto pedagógico, cada mirada que alienta, cada pregunta que abre posibilidades, construye civilización en su forma más noble.

El florecimiento humano no se alcanza en solitario. Como bien señala la pensadora Remedios Zafra, la educación tiene el poder de abrir caminos hacia una mayor autonomía si favorece el encuentro con la diversidad humana y la cultural. Cada aula es entonces un espacio potencial para la transformación, no solo de estudiantes, sino también de quienes enseñamos. En la interacción auténtica ocurre algo esencial: nos volvemos más conscientes de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.

Nos inspira imaginar un entorno donde la diferencia no se traduzca en desigualdad, donde la libertad no se viva como soledad, sino como posibilidad compartida. Rosa Luxemburgo expresó esta visión de manera contundente al soñar con un mundo “socialmente igual, humanamente diferente y totalmente libre”. Esa es también nuestra aspiración. Convertir esa utopía en realidad exige coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Requiere valentía para construir relaciones profesionales y humanas desde la verdad, la escucha profunda y la voluntad de trabajar en comunidad.

En este Día del Maestro, reconozco con profunda gratitud a las profesoras y los profesores que, con su entrega generosa, hacen posible que la educación sea una experiencia transformadora. Gracias por su presencia comprometida, por la huella que dejan en cada vida, por ser parte de esa historia que comenzó cuando alguien decidió cuidar a otro. Que sigamos curando huesos rotos: acompañando trayectorias, iluminando caminos y reconociendo, todos los días, la dignidad de cada ser humano.