En este inicio de ciclo académico, me acompaña una convicción profunda: la educación es un camino hacia la libertad. Y cuando se ejerce con amabilidad, se convierte también en un espacio de construcción ética y comunitaria, en el que la dignidad humana se honra y se potencia.
Hace unas semanas, durante la Reunión Nacional de Profesoras y Profesores del Tecnológico de Monterrey, nuestro Rector Juan Pablo Murra Lascurain nos recomendó una lectura: A Pedagogy of Kindness, de la historiadora Catherine Denial. En este libro, la autora propone un marco para la enseñanza: una pedagogía construida sobre cuatro pilares esenciales —justicia, confianza, colaboración y compasión— que resignifican la experiencia educativa como una práctica profundamente humana.
La justicia es el punto de partida. La justicia como una disposición ética que nos permita ver, reconocer y responder a la diversidad de historias que habitan nuestras aulas. Catherine Denial nos recuerda que cada estudiante enfrenta realidades distintas. En ese sentido, actuar con justicia implica tratar a las personas sin favoritismos ni prejuicios y tomar decisiones pedagógicas con base en principios de equidad. La virtud de la justicia se expresa a través de fortalezas como la imparcialidad, el liderazgo y el trabajo en equipo. Ser justos en el aula no significa ser iguales con todos, sino saber adaptar nuestras acciones para generar oportunidades reales de desarrollo para cada estudiante. Implica ejercer el liderazgo docente no como control, sino como influencia ética al servicio del florecimiento humano.
El segundo pilar es la confianza. La etimología de la palabra nos ofrece una clave valiosa: confianza proviene del latín con-fides, que significa con fe. Cuando confiamos en nuestros estudiantes, ejercemos una forma de fe en su palabra y en su potencial. Creemos cuando nos dicen que han tenido un día difícil, pero también creemos cuando proponen ideas, cuando crean, cuando sueñan. Confiar en ellos es afirmar su humanidad y acompañarlos con apertura y esperanza.
La colaboración, como tercer pilar, transforma la visión tradicional de la docencia como monólogo. Nos invita a construir experiencias formativas con los estudiantes y no solo para ellos. En este modelo, todas las voces importan. En el Tecnológico de Monterrey, esta idea dialoga a la perfección con nuestro Modelo Educativo que reconoce a cada estudiante como protagonista de su aprendizaje. Enseñar desde la colaboración implica abrir espacio a la agencia, al diálogo a la co-creación.
Por último, la compasión. A menudo evitada por miedo a parecer frágiles, la compasión es, en realidad, una de las formas más poderosas de fortaleza. Especialmente cuando las circunstancias son retadoras, cuando las cargas emocionales se hacen presentes o cuando la vida nos pesa. Practicar la compasión con estudiantes, colegas y con nosotras y nosotros mismos, es una decisión valiente. Kim Cameron sugiere que la compasión es uno de los cuatro procesos nucleares que generan resultados extraordinarios en los grupos. La compasión es una estrategia transformadora. Un liderazgo en el aula que es compasivo crea contextos en los que las personas se sienten vistas, cuidadas y acompañadas; contextos en los que es más fácil aprender, innovar y prosperar.
Necesitamos una pedagogía que combine el rigor académico con la amabilidad, la exigencia con la escucha, la claridad con la humanidad. Comenzamos un nuevo ciclo con el propósito de fortalecer la experiencia de nuestras comunidades estudiantiles, ampliar el alcance de nuestros proyectos y seguir aprendiendo como comunidad académica. Es mi deseo que cada profesora, que cada formador encuentre este año una forma auténtica y amable de enseñar. Que nuestras aulas sean espacios de encuentro y que incluso en los días complejos, podamos volver a la amabilidad como guía. Como dice Catherine Denial:“La amabilidad no es una debilidad. Es una decisión deliberada de honrar la humanidad de las otras personas.” Que ese sea nuestro compromiso educativo. Y también nuestra promesa al mundo.