El mismo escritor, Hugo von Hofmannsthal, que en las primeras horas del siglo xx compuso uno de los textos fundadores de la modernidad más radical, en 1914, como si fuera otro, redactó unas líneas de inverosímil exaltación patriótica. La Carta de Lord Chandos, publicada en dos días de octubre de 1902 en un periódico berlinés, es una especie de biblia en miniatura de la disociación, diríamos ahora; del sujeto dividido e inarmónico; de la falta de pegamento entre el yo y el mundo, o bien de lo inútil que es el lenguaje para fungir como tal pegamento. Las líneas del 14, cuando ha comenzado ya la Gran Guerra europea, aseguran que la belleza de Austria no se manifestó nunca mejor que en ese momento de unidad nacional y fervores bélicos.

¿Cómo pudo alguien pasar de indagar en la insuficiencia del lenguaje a desbarrancarse en la publicidad –y peor aún: en la publicidad de la guerra?

Puede sonar forzado traer a colación lo anterior para relacionarlo con un taller para jóvenes escritores mexicanos, la 2ª edición del Taller-residencia “Bajo la pirámide”, que ocurrirá en el campus de la Udlap entre el 2 y el 13 de junio próximos. Pero en nuestros días –en medio de otras tensiones y violencias, y ya no bajo el yugo de una oficina estatal de propaganda, como en el lejano caso austriaco, sino bajo múltiples e imparables e hipnóticas maquinarias discursivas digitales–, quizá pueda pensarse que nos enfrentamos a una disyuntiva no tan distinta, entre callar y vociferar, entre la parálisis y la entrega a los lenguajes de la automatización y la visceralidad, y que los escritores son, o acaso deberían ser, quienes menos dejaran de advertir esta y otras disyuntivas finalmente ligadas al material esencial de su trabajo.

Hace casi un año, a propósito de la 1ª edición de nuestro taller-residencia, escribí lo siguiente:

  • Los criterios con los que fueron seleccionados los jóvenes escritores invitados al Taller-residencia no tuvieron que ver con lo que se asocia comúnmente a lo exitoso: premios, distinciones, número de libros o de ejemplares o de páginas. En cambio, se buscaron escrituras singulares, audaces, que anuncien potencialidades, lejos de la rigidez burocrática cada vez más característica de muchos programas estatales y privados para la formación de escritores en nuestro país. En reunir esas escrituras en la UDLAP y en ofrecer un espacio para su sociabilidad podremos encontrar, eso espero, el éxito del proyecto. 

Este año los criterios no variaron. Lo que cambió fue que, ahora sí con el tiempo necesario, se lanzó una convocatoria para que jóvenes de 20 a 28 años de todo el país mandaran una muestra de su escritura para postularse al Taller. Recibimos arriba de 230 solicitudes de distintas regiones de México, muchas más de las que habríamos previsto. Tras revisarlas todas, se llegó a una selección de diez jóvenes, seis mujeres y cuatro hombres, cuyos textos van de la poesía y el cuento al ensayo, la prosa no narrativa y el teatro. Dos semanas trabajarán de la mano de dos extraordinarios escritores mexicanos, Carla Faesler y Álvaro Enrigue, y compartirán sus ideas y su práctica con los estudiantes de nuestra licenciatura en Literatura.

¿Qué conclusión sacar del panorama que ofrecen 230 postulaciones de jóvenes escritores mexicanos? Tal vez no conclusiones categóricas, pero sí impresiones provisionales y alentadoras. Primero: frente al embobamiento por las incesantes y nunca del todo nuevas tecnologías y frente al imperio de la imagen efímera y desplazable, hay un deseo muy grande por escribir, por participar de los mundos de la literatura y los libros, por conocer y hablar con otros que desean lo mismo. Segundo y más relevante: entre la imparable producción y reproducción de ‘contenidos’ y el lúcido silencio inmovilizador, en nuestra selección final de jóvenes escritores no hay certezas ni posiciones fijas, sino más bien dudas, incertidumbre, desconcierto, es decir: interrogaciones y búsquedas.

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