Al inicio del año 2017, la entonces alcaldesa de Madrid declaró al Día del Orgullo Gay como fiesta oficial, lo que implicaba que no solo daría su venia a la Marcha de la Comunidad de la Diversidad Sexual, sino un financiamiento cuantioso. Oh Dios, tronaron los conservadores, la alcaldesa comparaba la importancia del Día de la Hispanida d con el Día de los Gays. Oh sí, respondió Manuela Carmena , una mujer de 72 años, de Izquierda y feminista, tan tranquila en sus convicciones, que solía hablar en los mítines sentada en su silla y sin notas –y a veces rascándose la coronilla para avivarse el pensamiento.

Todavía más, Manuela invitó a todos los madrileños a unirse a la Marcha, porque al festejar la libertad de los diversos, cada madrileño festejaba su propia libertad de ser como mejor le placiera. Y llegado junio, la alcaldesa marchó entre travestis, homosexuales y lesbianas, una sonrisa abierta en el rostro, y el palacio de la alcaldía los recibió con una bandera del arcoíris gigante en la fachada.

Eso recuerdo ahora que reflexiono sobre la Marcha de las Mujeres que ocurrirá este próximo 8 de marzo.

Si el ómicron coopera, y sus contagios se desploman, como auguran las estadísticas mundiales, las principales avenidas del país se poblarán de mujeres que celebraremos nuestra sororidad y exigiremos los derechos que aún se nos niegan. Y la marcha más nutrida, volverá a ser la de la CdMx –que pondrá en jaque a su alcaldesa.

Claudia Sheinbaum ha dicho mil veces que es feminista –y por ello naturalmente debería marchar con las mujeres de su ciudad, el Zócalo debería recibirnos pintado de rosa feminista y la casa de la alcaldía con una bandera gigante mitad morada y mitad verde. Pero en la alcaldesa se ata un nudo: al mismo tiempo que es feminista, está subordinada a un jefe político terco en ignorar al movimiento de las mujeres. Y para apretar ese nudo desde cada extremo, hay que considerar que ese jefe la ha señalado a ella como su sucesora, al mismo tiempo que los contingentes de acción directa del feminismo, los contingentes negros, atizarán la tensión en la marcha, rompiendo vitrinas, pintarrajeando fachadas y lanzando bombas de humo.

El sentido común indica que Claudia no podrá complacer al mismo tiempo a ese feminismo combativo y a su líder y mentor –y optará como en marchas pasadas por mantenerse ausente. No marchará con nosotras. Volverá a aislar al Palacio del presidente con un feo muro –la estampa que otros años ha sintetizado la sordera de este gobierno ante el feminismo . Las mujeres policías resistirán el embate de los bloques negros pero en algún momento tendrán que responder con sus propias bombas de humo. Y la posibilidad de que Claudia sea la primera presidenta feminista del país, quedará hecha un embrollo humoso. No es feminista, dirán muchas mujeres. No sabe resolver una crisis, dirán en cambio sus opositores políticos.

Pero el sentido común es siempre, siempre conservador. El reto para la alcaldesa es de imaginación –y ojalá lo asuma.

Para desatar el nudo, tendría que dialogar mucho —con las feministas, para llegar a acuerdos públicos –y con el presidente, para llegar a acuerdos tácitos. Y tendría que hacer algo –algo que yo no alcanzo a adivinar— respecto a los contingentes negros, porque –digámoslo directo—gozan de la simpatía de la mayoría de las mujeres en la medida que entendemos la razón de su violencia. Expresan la desesperación de una generación que no ve a su gobierno tomar partido por la equidad.

Está cantado: lo peor que la alcaldesa puede hacer el M8 es no hacer nada en especial. En todo caso, yo me quedo con el sueño de miles de mujeres entrando a un Zócalo pintado de rosa feminista, con la fachada de la alcaldía cubierta con una bandera gigante mitad verde y mitad morada, en cuya puerta del nivel de calle, la alcaldesa de nuestra ciudad nos saluda.

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