Una de las mayores preocupaciones que me ha provocado este último año y medio, es el fuerte impacto negativo que pudiera estar revelando la gran cantidad de ocasiones en las que he escuchado a profesores, estudiantes, familias enteras, señalar el cansancio, el estrés, la sobrecarga de trabajo a la que han estado sometidos y las repercusiones de ello en su estado de ánimo. Seguramente estas emociones no están relacionadas exclusivamente con el ámbito educativo y, sin embargo, no puedo evitar traer la reflexión a ese terreno…vicios de un profe.

Siempre hemos insistido, quienes nos dedicamos al estudio de los procesos formativos, en señalar la importancia del afecto a la hora de aprender. “Cuando el interés existe, la educación ocurre” suele decir Sugata Mitra, uno de los investigadores educativos más innovadores de los últimos años. Sostengo que tal interés se nutre en buena medida de la curiosidad, de la fascinación, del goce de aprender, y me apesadumbra constatar la asociación que muchos estudiantes han establecido actualmente, dadas las circunstancias por las que atravesamos, entre la escuela y emociones descorazonadoras, pues parece que, en vez de goce, experimentan congoja.

Cuando las emociones experimentadas al aprender están asociadas al dolor, los resultados no pueden ser buenos, ni en términos de contenidos, ni mucho menos, en relación con la apropiación profunda de la experiencia formativa. Por eso, antes de empeñarnos en asegurar la memorización de un dato, una fórmula o una definición, debemos empezar por preguntarnos ¿qué podemos hacer para construir/promover un ambiente en el que los participantes (estudiantes les llaman, pero también pueden nombrarse hijos, compañeros, amigos) de una experiencia de aprendizaje se sientan cómodos, animados y seguros?

En primer lugar…conocerlos y escucharlos ¿Cuáles son sus intereses y necesidades? ¿sus preocupaciones? Hay que poner delante del objetivo de aprendizaje curricular la convicción de que, en tanto educadores, nos toca hacer un acompañamiento cercano, como un ingrediente infaltable del proceso, y al mismo tiempo, cuidar que ese acompañamiento no reste ni responsabilidad ni libertad a los estudiantes.

Para conseguir ese acompañamiento respetuoso, será necesario generar, a su vez, un clima de confianza apoyado en una comunicación abierta y afectuosa, así como en el ejercicio constante de la empatía, pues esta combinación de ingredientes, sazonada con una buena elección de oportunidades para permitir la creatividad y empoderar a quien aprender través de la resolución de retos o la puesta en común de hallazgos, ayudará a construir ese ambiente en el que nuestros estudiantes puedan ejercer su autonomía, seguir sus intereses, y de paso, alcanzar esos aprendizajes que nos hemos trazado como meta para una determinada asignatura o programa de estudios.

Sueño con sesiones de clase en las que el buen ánimo se contagie apenas al cruzar el umbral, en las que todos los asistentes se sientan motivados y comprometidos con su trayectoria individual de aprendizaje, pero, además, actúen como parte de una comunidad y contribuyan con sus talentos a enriquecer la experiencia formativa de todas y todos, incluido el docente.

Pienso en el asombro por el descubrimiento como una de esas metas, apelo también al nerviosismo, pero no ese que se siente por miedo a fallar, sino ese otro que se experimenta cuando estamos emocionados por compartir algo que para nosotros es valioso.

Voy tiñendo este breve texto de emociones positivas y se me escapan muchas, y aunque incapaz de enlistarlas todas, confío en que lo escrito hasta ahora basta para afirmar que el aprendizaje nunca ha sido, y nunca será, un proceso puramente cognitivo, pues implica un fuerte componente afectivo y estar atento a él, es un factor clave a la hora de aumentar o disminuir las posibilidades de éxito (y fracaso) para quien pretende hacer acompañamiento educativo. Dicho en otras palabras, y parafraseando a Mitra: “Cuando el disfrute existe, la educación ocurre”.

Por lo anterior, vale la pena que los docentes concedamos, a generar las condiciones en las que nuestros estudiantes encuentren lo que necesitan para apropiarse de su trayectoria educativa y gocen de la experiencia, al menos la misma (si no es que más) importancia, que a nuestro compromiso por orientar hacia el logro de un resultado concreto de aprendizaje, se trate de sumar, escribir, hacer una cirugía o diseñar una app. A todos nos toca contribuir a revertir el actual desánimo, vayamos buscando vías para hacerlo.

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