Y también a la Riviera Maya. Y a Quintana Roo. Y en buena medida, a México. Déjeme que le cuente algunos antecedentes…

El 1° de agosto del 2016, hace poco más de cinco años, publiqué una columna (La endeble "pax narca" de Playa del Carmen…) que plasmaba lo que había reporteado durante dos viajes a Playa del Carmen y sus alrededores de la Riviera Maya. Narraba lo que los lugareños me habían documentado: que el crimen organizado, en sus diversas variantes, literalmente gobernaba el lugar. De forma “civilizada” dos grupos delictivos, dos cárteles, se habían dividido la zona para vender drogas, controlar la prostitución y extorsionar a todo mundo, a cualquier comerciante, fuera quien fuera, y del tamaño que fuera.

Por ejemplo -contaba yo- se habían repartido la famosa Quinta Avenida. Uno de esos cárteles cobraba extorsiones desde donde empieza el andador peatonal hasta la mitad, y el otro desde la mitad hasta donde termina. Unos vendían drogas en unos antros (desde la entrada misma de los negocios te recitaban el menú de estupefacientes, así, sin inhibiciones, como si se tratara de la carta botanera de una cantina), y otros lo hacían en los demás. Había habido pequeños episodios de violencia (apuntaba yo), aunque no era nada de cuidado, ya que los narcos del lugar habían sabido no guerrear para no calentar la plaza, para no ahuyentar su mercado, pletórico de mexicanos y extranjeros consumidores de drogas, y de comerciantes que viven del turismo.

Pero… enseguida alertaba yo acerca de lo que me decían, lo que me confiaban fuentes de seguridad del área y del gobierno federal, así como empresarios de la región: “No hay que ser un gran estratega militar o policial para entender que esa frágil división de negocios va a estallar tarde o temprano, en cuanto un jefe del sicariato perteneciente a cualquiera de los cárteles que operan ahí enloquezca de codicia.”

Y apuntaba yo: “Va a ser terrible que tantos miles de millones de dólares invertidos en la Riviera Maya se vayan a la basura -junto a miles y miles de empleos- el día que la endeble pax narca de Playa del Carmen se rompa, surjan alertas de viaje de Estados Unidos, luego se vuelvan permanentes, y los europeos también huyan y eviten la zona.”

Nadie hizo nada. Nadie protegió a los comerciantes y empresarios (micros, pequeños, medianos) que siguieron siendo víctimas de la codicia de capitalismo de hamaca de los narco extorsionadores, esa gentuza que no hace nada durante la semana, solo tirarse en su hamaca y en la playa y asentarse en los bares mientras transcurren las horas y los días, y hacia el fin de semana acuden a cobrar piso. A robar. No hay negocio que resista pagando impuestos locales, federales… y la narco tesorería de la plaza.

Ese enorme botín de las extorsiones, más las jugosas ventas de las drogas, eran una tentación irresistible para la codicia y el machismo exacerbado de los capos locales:

“¿Pa qué chingaos voy a compartir la plaza si me la puedo quedar yo?”

El 16 de enero del 2017, cinco meses después de aquella columna reporteril, empezó el desastre, se armó una balacera en el Blue Parrot, un antro de Playa del Carmen, y luego, un día después, las sedes de las fuerzas de seguridad fueron atacadas en Cancún. Por si usted no lo recuerda, se lo ilustro con algo de lo que redacté a la sazón, con un toque de pimienta adicional en cursivas:
“Imagine usted que está en Miami y que grupos de capos en conflicto, luego de causar pánico y cinco muertos a causa de una balacera en un centro nocturno, atacaran la sede de la procuraduría local (un lugar equivalente a la Fiscalía en Cancún) y luego un centro de operaciones estratégicas donde trabajara gente de la policía local, la estatal, miembros del Ejército, la Marina, el FBI, la DEA y el Homeland Security (algo similar al C4 cancunense agredido).”

No es ficción. Eso fue lo que ocurrió en 2017 en Playa del Carmen y Cancún. Y claro, nadie hizo nada, ni en el gobierno de Carlos Joaquín, que acababa de llegar a recoger el tiradero que había dejado Roberto Borge cuatro meses atrás, ni el gobierno de Enrique Peña Nieto, que ya estaba pensando en su egoteca para el 2018.

Y ahora, en las semanas recientes, ¿qué pasó? A causa de otra balacera al aire libre, dos turistas extranjeros murieron y seis más quedaron heridos en La Malquerida, un restaurante en Tulum, víctimas del fuego cruzado entre narcos. Y luego, en Puerto Morelos, en Bahía Petempich, turistas aterrorizados se refugiaron en cuartos y salones hoteleros a causa de otra nueva balacera en plena playa y dentro de un hotel, que dejó un saldo de dos muertos debido a los pleitos entre narcos por el mercado de la drogas.

¿Usted, si fuera extranjero, querría ir con sus hijos, con su pareja, con sus amigos a semejante lugar, donde no sabe cuándo le impactará una bala, en la calle, en la playa, en un antro, en un bar, hasta en un hotel? Usted, si viviera en Estados Unidos, Canadá o en Europa, ¿permitiría que sus hijos viajaran a vacacionar en una zona así, sin importarle que corrieran riesgo de quedar muertos en un charco de sangre en calidad de bajas colaterales de la muy codiciosa guerra narca mexicana? Necesitaría usted estar loco.

Y los gobiernos municipales, ¿qué hacen? Nada. ¿Y el gobierno estatal? Nada. ¿Y el gobierno federal? Menos. Y luego se enojan cuando algunos periodistas afirmamos, porque lo documentamos, que hay zonas amplias de México donde, en los hechos, padecemos una narco democracia.

Está bien, compremos palomitas y que viva el muy machista e impune capitalismo de hamaca, protejámoslo, observémoslo con deleite, sentados todos en la butaca de la pasividad e ineptitud de las ineficaces autoridades municipales, estatales y federales. Que viva la patria narca, que al parecer ya es un bien intangible de la cultura mexicana del siglo XXI.

Venga, despidámonos de los seis mil, siete mil millones de dólares que dejan como derrama anual los turistas extranjeros en Quintana Roo, entre el 34 y 35% del ingreso por turismo en el país. Despidámonos de los 15 millones de turistas extranjeros que visitan el estado, ese 40% de los turistas que vienen a México. Que se jodan los 900 hoteles y sus 90 mil cuartos. Jodámonos todos y perdamos Cancún y la Riviera Maya.

Qué pena.

BAJO FONDO

Los codiciosos criminales, obnubilados por su ceguera machista, no lo saben pero ya han iniciado la extinción de su mayor mercado interno: Cancún y la Riviera Maya que, si continúa la guerra narca, terminarán irremediablemente abandonados por los turistas extranjeros, tal como sucedió en Acapulco.

Bravo, señores de la muerte, bravo…

jp.becerra.acosta.m@gmail.com
Twitter: @jpbecerraacosta

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