500 mil muertos después, el presidente de México dedica tres páginas de su nuevo libro (“A la mitad del camino”, editado por Planeta) a la tragedia sanitaria más horrorosa que ha vivido el país en el último siglo. Lo hace bajo un subtítulo insultante, ofensivo: “Resistimos la Covid-19 y nos recuperamos”.

De esas tres páginas, en resumen, el presidente López Obrador dedica página y media a agradecer a quienes se resguardaron en sus domicilios, a quienes en familia cuidaron a los adultos mayores, a quienes “cerraron un negocio, pero no dejaron de pagar a sus trabajadores”, a los trabajadores de la salud que arriesgaron sus vidas para salvar las de otros.

La otra página y media está dedicada a afirmar que “es público y notorio” que su gobierno respondió a tiempo ante la epidemia, que hizo todo lo humanamente posible para “salvar vidas”, y que levantó “el sistema de salud pública que estaba en ruinas”.

Según el presidente López Obrador, en el tiempo que ha pasado desde que la pandemia comenzó: “Se logró que ningún enfermo se quedara sin una cama, equipo de respiración o personal de salud que lo atendiera […] Me limito a decir que nuestro país no está colocado, ni en América ni en el resto del mundo, en los primeros lugares de mortalidad por Covid-19”.

Los párrafos que siguen están dedicados a narrar que el programa de vacunación “ha funcionado con eficacia”, a asegurar que el 13 de agosto pasado “teníamos vacunado al 60% de la población mayor de 18 años”.

No me explico, como lector, cómo una colección de éxitos tan rotundos le mereció al mandatario tan breve espacio.

En todo caso, 90 mil muertos después, el presidente de México dedica ocho páginas —de un libro de 327— a la mayor crisis de violencia que ha vivido el país y se ha recrudecido a lo largo de los últimos 30 meses.

Lo hace nuevamente bajo un subtítulo ofensivo, que explica su falta total de sensibilidad: “Paz y felicidad”.

Como era previsible, en esta sección del libro se cuenta que “las bandas de ahora y los principales jefes vienen del periodo neoliberal o neoporfirista”.

El presidente menciona al Cártel de Sinaloa, al Cártel Jalisco Nueva Generación, que “creció en el gobierno de Felipe Calderón” (¿?), al Cártel de Santa Rosa de Lima, que se desarrolló “bajo el dominio del PAN en Guanajuato”, y al Cártel del Golfo, que “también nace en el periodo neoliberal”.

De aquel entonces, dice el presidente, vienen también los Rojos y los Ardillos, “todo lo cual, como es obvio, ya existía y nos tocó de herencia, como si se tratara de calarnos y ver si somos capaces de enfrentar uno de los grandes y graves problemas nacionales…”.

El presidente cita a John Kenneth Galbraith, de quien se burlaron “y lo siguen haciendo cuando dije y repito: ‘Abrazos, no balazos (sic)’”.

Reflexiona el presidente que el complejo panorama de violencia es una oportunidad “para acreditar con hechos la efectividad de nuestra convicción humanista de no responder a la violencia con la violencia ni combatir el mal con el mal”.

“Con esta nueva concepción”, prosigue López Obrador, “estamos respondiendo a la justificada exigencia social de pacificar el país”.

Recuerda el presidente que alguna vez Enrique Peña Nieto le confió que la Marina había cumplido con la detención del Chapo Guzmán, pero que el Ejército no había logrado aprehender a Nemesio Oseguera Cervantes, jefe del Cártel Jalisco.

“Guardé silencio, pero me quedé pensando que no debía ser esa nuestra estrategia principal […] no serviría de mucho porque si no se atendía el origen del problema, pronto surgirían otros y otros”, se lee en el volumen.

El presidente afirma que fruto de su “nueva concepción” son los resultados obtenidos por su gobierno. Dice que los homicidios se redujeron 0.5% y el huachicol en 95%. Que el robo de vehículos bajó 28%, que el secuestro 18%, “y así todos los delitos del fuero común y federal”.

Sostiene el presidente que no está militarizando al país: “No se ha ordenado a las fuerzas armadas que le hagan la guerra a nadie, no se les ha pedido que vigilen u opriman a la sociedad, que violen las leyes, que coarten las libertades y mucho menos que se involucren en acciones represivas o violatorias de los derechos humanos”.

De hecho, López Obrador termina su libro reiterando su reconocimiento a las fuerzas armadas.

Con cuatro millones más de pobres durante los primeros tres años de su gobierno, el presidente dedica 33 páginas de su nuevo libro a relatar “la triste experiencia maderista”, las maldades de Justo Sierra y Francisco Bulnes, las traiciones de Tablada, Nervo, Gamboa, Peza, Díaz Mirón y Nervo, “la lección más entrañable y cercana a nuestra experiencia […] en su similitud como proceso político para enfrentar a un régimen oligárquico”.

Con 15.6 millones de personas sin acceso a la salud, el presidente dedica 20 páginas de su nuevo libro a denostar a “la prensa conservadora”, EL UNIVERSAL y Reforma, a recontar las notas negativas que le han dedicado a él y a su movimiento, y a denostar el caso “lamentable” de “los intelectuales del antiguo régimen”, Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, a quienes dedica 12 de esas páginas.

Cuatro veces más que las dedicadas, por ejemplo, a la pandemia.

En el país hay prioridades, pues.

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