La lamentada muerte de Enrique González Pedrero , gobernador de Tabasco entre 1983 y 1987, y su cruce de historias con el ahora presidente López Obrador, fortalecen la certeza de que no descifraremos los enigmas de este último (su personalidad y estilo personal de gobernar) sin revisar con nuevas miradas la historia reciente de aquel estado tropical.

Durante más de un siglo, Tabasco no ha sido el “laboratorio de la Revolución” que proclamó Francisco J. Múgica (gobernador dos veces entre 1915 y 1916), pero sí quizás el “laboratorio” de la polarización que hoy parece tener atorado al país en una grieta política y social.

Una vertiente de nuestra confrontación actual nació en los atropellos sobre los ricos recursos tabasqueños desde el poder federal, y la resistencia de grupos de poder desde aquella entidad, durante décadas representados por las asociaciones ganaderas. Se les puede encontrar en batalla contra Múgica. Pero también, siete décadas después, en el acoso hacia López Obrador como coordinador de programas sociales para indígenas en el estado (1977-1983), lapso en el que fue asesinado uno de sus principales colaboradores de entonces, el abogado Nabor Cornelio. O en la presión, por conducto de los alcaldes locales, para abortar su breve dirigencia en el PRI estatal (1983), y sabotear luego su campaña para gobernador del estado por el Frente Democrático Nacional, antecedente del PRD , en 1988.

Cuando López Obrador ingresó a la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM , González Pedrero había dejado la dirección de la misma (1965-1970) para ser senador y directivo del PRI . Pero aquél lo buscó en 1976 tras ser picado por la política cuando Carlos Pellicer —poeta, paisano, figura admirada, benefactor— lo sumó a su campaña como “senador de los chontales”. Una misión truncada por su muerte, en febrero de 1977.

López Obrador fue designado coordinador estatal del Instituto Nacional Indigenista en 1977 bajo la influencia de Pellicer y de Ignacio Ovalle sobre el gobernador Leandro Rovirosa. Su trabajo en la zona chontal le abrió la puerta finalmente de González Pedrero y en especial de la esposa de éste, la escritora cubana Julieta Campos .

Miguel de la Madrid inauguraba el ciclo de mandatarios tecnócratas, lo que lo llevó a romper con cuadros tradicionales del PRI. La convulsión impulsó la entonces impensable candidatura de González Pedrero a la gubernatura, con la consigna de una renovación en la clase política regional. Y don Enrique decidió asignar tal tarea a López Obrador en el priismo local (1983), lo que éste concibió —según uno de sus libros— como “un pacto entre revolucionarios (….) en beneficio de las clases más pobres”.

La encomienda le duró apenas ocho meses; es removido en el despacho del gobernador con la frase: “Andrés, esto no es Cuba”. González Pedrero lo nombró oficial mayor del estado. Horas más tarde firmó una carta con dos párrafos:

“Desde hace tiempo he dedicado mi trabajo al servicio de los intereses de la mayoría del pueblo. Hoy usted me brinda la oportunidad de ocupar el honroso cargo de oficial mayor de gobierno que, siento, me aleja de ese propósito fundamental. En consecuencia le estoy presentando mi renuncia con carácter de irrevocable”.

La carta no es entregada en mano propia. Cuando el mandatario reclama que lo lleven a su presencia, el defenestrado dirigente, oficial mayor dimitente, ya estaba fuera de alcance, en el rancho paterno de Palenque.

González Pedrero quedó atrapado en esa misma red de tensiones. Debió dejar el cargo en 1987, un año antes de lo previsto, cuando ya se avistaba que López Obrador contendería por la gubernatura en 1988. Comenzó entonces a coleccionar los amargos agravios que suponen las derrotas electorales .

rockroberto@gmail.com

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