La tragedia en la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México volvió a exhibir a un presidente al que la privilegiada vida en Palacio Nacional lo ha dejado sin corazón para entender el dolor del pueblo sobre el que manda. Encima, que la desgracia haya sucedido en la ciudad que gobierna su grupo político desde hace más de veinte años, lo ha dejado sin discurso: ya no puede echar mano de culpar a los gobiernos del pasado: en la capital del país, él es los gobiernos del pasado.

No es la primera vez que Andrés Manuel López Obrador se pone a sí mismo por delante de las víctimas. Para decirlo francamente, eso no me lo esperaba de él. Su larga lucha como dirigente opositor popular y su imagen de un político cercano a los más desfavorecidos me hicieron imaginar que su gobierno sería una extensión de esas cualidades. Pero no. Ya con la banda tricolor al pecho, hemos visto una triste metamorfosis: aquel hombre que se ensució los zapatos para recorrer dos veces todos los municipios del país está convertido —para ponerlo en sus propias palabras— en un fifí que goza de los lujos de Palacio mientras se la vive quejándose de tantos y tantos males que le aquejan (a él, no a su pueblo).

En este egocentrismo monárquico, no empatiza con las madres solteras a las que despojó de estancias infantiles porque las considera instrumentos de la derecha para atacarlo, no escucha a las víctimas de la violencia porque no quiere manchar su investidura presidencial, no entiende el movimiento de mujeres porque cree que están orquestando una conspiración para derrocarlo, desprecia a los papás de niños con cáncer que no tienen medicinas porque elucubra que están manipulados por las farmacéuticas. Para el presidente López Obrador, todo se trata de él: incluso si una cuestionada obra del Metro colapsa y mata a 24 personas, demora 9 horas en ofrecer sus condolencias, le dedica apenas 17 minutos de su voz en su conferencia mañanera (que duró casi dos horas) y rápido vuelve a su muro de los lamentos para quejarse de que la prensa es injusta con él, que es el más atacado desde Madero, bla, bla, bla. Es más importante su “sufrimiento” que el de quienes perdieron un hijo, una hermana, una mamá, un papá, un amigo.

El mayor golpe político de la tragedia es que sucedió en la Línea 12. Impacta en el núcleo de su gobierno y desarma su discurso favorito: ¿cómo culpar de este mal a los neoliberales del pasado, si el mismo grupo político, el suyo, ha gobernado la Ciudad desde hace más de dos décadas? El que la promovió e inauguró fue su funcionario estrella, Marcelo Ebrard. El que manejó todo el dinero que costó fue el hoy dirigente de su partido, Mario Delgado, cuando era secretario de Finanzas. Y la encargada de darle mantenimiento es su heredera política, la jefa de Gobierno actual, Claudia Sheinbaum.

SACIAMORBOS

Las implicaciones políticas tienden un manto de sospecha sobre las investigaciones. Para los dos presidenciables de Morena la tragedia puede costarles las aspiraciones. Quizá elijan dispararse entre ellos para intentar aniquilar a su rival interno, o ponerse de acuerdo para echarle la culpa a alguien de afuera. Si alguien creía que ya la había librado, deberá recordar que están de moda los desafueros…

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