Son tantos los resultados electorales, que hay muchas respuestas para desmenuzar, para poder entender lo sucedido el pasado 6 de junio. La verdad es que los mexicanos votaron de manera muy sofisticada: castigaron por aquí, premiaron por allá, dividieron por acullá. Las lecturas son muy variadas y tienen numerosas apostillas, pero planteo las primeras preguntas, únicamente sobre la elección federal, la de la Cámara de Diputados: para usar sus palabras de hace tres años, ¿Morena y el Presidente yacen moralmente derrotados hoy? O por el contrario, ¿se yerguen invulnerables, políticamente victoriosos?

Este viernes, el Presidente, sarcástico, se burló. Dijo que a él y a su movimiento les fue “tan mal, tan mal, tan mal… que ganamos 185 de 300 distritos”. En realidad ganaron 186, y son bastantes, porque la oposición ganó 114, pero lo que no precisó Andrés Manuel López Obrador es que hace tres años él y sus aliados ganaron… 220 distritos, y la oposición solo 80. Este 2021 perdieron 34 distritos.    

Veamos más datos: En la elección del 2018, el partido en el poder consiguió, por sí solo, la llamada “mayoría absoluta”: 253 de 500 diputados, suficientes para aprobar leyes. Eso se acabó. Morena tendrá 196 diputados (a reserva de lo que finalmente determine el INE en el reparto de escaños plurinominales), 57 legisladores menos de los que tiene en la actual Legislatura, y 55 votos menos de los que necesita para aprobar cualquier ley. En este rubro Morena y el Presidente fueron claramente sancionados por los votantes.

Con sus aliados, hace tres años Morena juntó 332 curules, dos menos que las necesarias para contar con la “mayoría calificada”, la cual sirve para modificar la Constitución. Los dos votos que necesitaban los consiguieron fácilmente entre diputados de la “oposición”. Hoy, eso les quedó vedado porque yacen muy lejos de la mayoría calificada: perdieron 51 lugares, tendrán 281 curules, 53 menos de las que necesitan. Por tanto, requerirán de casi todos los diputados del PRI, que contará con una bancada de 69 tribunos.

El Presidente tendrá que suprimir sus ironías y aprender a convencer. Tendrá que domar sus insolencias marca viejo PRI, sus arrebatos tipo gen antiguo partido de Estado, porque en el Poder Legislativo Morena retrocedió, la gente decidió que no pueda aprobar por sí solo… ni siquiera el Presupuesto, para repartir dinero a través de los programas sociales que tanto le interesan al Presidente. La gente determinó que AMLO se modere y negocie, que someta sus excesos, que escuche, que argumente con datos duros y que no pretenda imponerse con sus dogmas, con diatribas, amenazas, amagos y polarizaciones. El electorado le está ordenando que sea más Jefe de Estado y menos púgil mañanero. Sobre su partido, la gente decidió, al quitarle escaños, que contenga su prepotencia.

Dudo que lo cumplan, pero ese es el mandato.

Quizá en el Poder Legislativo Morena y el Presidente no estén tan-tan-tan moralmente derrotados, pero sí yacen racionalmente zarandeados y limitados.

En términos de votos, se acabó la arrogancia que vapuleaba, la euforia del monólogo, del soliloquio. Las dos alianzas tuvieron votaciones similares: 19.3 millones de sufragios para la opositora, y 20.9 para la gubernamental. Un millón 536 mil votos de diferencia, que parecen bastantes, pero que son pocos si los comparamos con los 20.7 millones de votos que tuvo Morena por sí solo en 2018 en la Cámara de Diputados, lo que implicó una diferencia de ¡10.7 millones! contra el segundo lugar, que fue el PAN. 

¿Cuál es el balance final? En la elección federal el Presidente y Morena fueron reprendidos, sancionados. En términos futbolísticos, no fueron expulsados, por supuesto, pero sí amonestados. Alertados de que, o se comportan de forma inclusiva, pulcra, nunca más de manera sectaria ni arbitraria, o pueden ser severamente castigados en 2024, expulsados de la Presidencia de la República. ¿O cómo la ve usted?

Independientemente de lo de Morena y el Presidente en el Poder Legislativo, y otras evaluaciones que hay que hacer, no olvidemos la mejor noticia de este proceso electoral: la alta participación ciudadana en los comicios federales, los de la Cámara de Diputados. En 2015, que es la elección equivalente más cercana, había participado el 47%. Este 2021 participó el 52%, cinco puntos porcentuales más. En ese entonces salieron a votar 39 millones de mexicanos y el domingo pasado lo hicieron 49 millones, diez millones más. Gran noticia en medio de tanta violencia electoral, que costó la vida de 100 políticos, 36 de ellos aspirantes y candidatos, de acuerdo al conteo de la consultora Etellekt. Y gran noticia en un contexto de trivialización de la política, donde tantos candidatos se dedicaron a bailar, cantar y hacer chascarrillos o performances vía redes sociales.

El INE, que recibió tantas amenazas y amagos (que había que exterminarlo, que había que enjuiciar a algunos de sus consejeros, etcétera), salió muy fortalecido: tejió una gran organización en medio de la pandemia, logró la instalación de las casillas en no pocas zonas violentas, garantizó el eficiente desempeño de cientos de miles de ciudadanos que fungieron como funcionarios de casillas, vecinos que son quienes cuentan los votos, y la eficacia de sus conteos rápidos, casi idénticos a los resultados del PREP, dio una enorme tranquilidad a todos el lunes pasado. No hubo grandes reclamos de fraude y, salvo casos aislados, todo ha transcurrido en paz durante los conteos distritales.

Si antes de los comicios el INE tenía la aprobación del 68% de los mexicanos, la más alta calificación entre las instituciones políticas del país, incluida la del Presidente, no sería extraño que ahora lo aprueben al menos siete de cada diez mexicanos. Estupenda noticia para la consolidación de nuestra democracia. ¿O no? 


jp.becerra.acosta.m@gmail.com  
Twitter: @jpbecerraacosta

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