Dos años de covid con sus múltiples variaciones. Guerra de Rusia frente a Ucrania. Inflación inicialmente percibida como transitoria que pronto se convirtió en duradera. Nuevos confinamientos masivos en China. Casos atípicos de hepatitis en niños. Brotes extraños de viruela del mono en Europa, Canadá y Estados Unidos. Y ahora, la amenaza de una recesión ronda al mundo. 

En estos días se están llevando a cabo las reuniones del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, donde un grupo de líderes internacionales en diferentes ámbitos se reúnen a conversar sobre los retos y las perspectivas de la economía global. Las reuniones se organizan bajo diferentes temas como cambio climático, salud, cooperación, empleo, sociedad, equidad y transcurrirán a lo largo de esta semana. Pero ayer lunes se habló de la nueva amenaza para la economía global: la recesión. 

Una de las grandes fallas del estudio de la economía es la incapacidad de pronosticar con precisión los ciclos económicos. Es más, solo se sabe si se estuvo en alguna fase específica del ciclo hasta que pasa la cima o el piso de esa etapa. Es decir, podemos saber si estuvimos —en el pasado— en recesión y si se continúa en ella porque para poderlo afirmar necesitamos información económica de los últimos seis meses. No podemos pronosticar ni la duración de las fases de los ciclos económicos —entre ellas las expansiones y las recesiones— ni la magnitud de las mismas. 

Lo que sí se puede es pronosticar en cierta medida, dado el comportamiento adelantado de algunos indicadores, es la fase del ciclo económico se aproxima. Eso es justo lo que estamos viendo en estos momentos y sobre lo que advirtieron algunos de los líderes reunidos en Davos que alertaron sobre la posibilidad de una recesión global. 

Uno de los temas que más preocupa es la inflación que ha alcanzado los niveles más altos que las generaciones jóvenes han visto en países como Estados Unidos, Reino Unido y Alemania. El alza sostenida en los precios merma la confianza de los consumidores y cambia los patrones de consumo, además, desde luego, de tener un impacto nocivo y regresivo sobre el poder adquisitivo de los consumidores. Ante el entorno inflacionario, los bancos centrales reaccionan con políticas monetarias restrictivas encareciendo el crédito, pero obligados a contener las expectativas de inflación de esa manera. 

La invasión rusa a Ucrania ha ocasionado disrupciones en los mercados que no solo han aumentado los precios de los energéticos, sino que podrían ocasionar crisis alimentarias en los próximos meses. Rusia y Ucrania, en conjunto, aportan 28% al mercado de trigo, casi 30% de la cebada, 15% del maíz, sin contar otros insumos y minerales raros que se usan en procesos industriales. No solo es posible, sino muy probable, como lo señala el más reciente número de The Economist, que la guerra genere un choque negativo en la producción que repercuta en una crisis de desabasto alimentario que iría más allá del impacto inflacionario que hemos visto hasta el momento. 

El vicecanciller alemán, Robert Habeck, lo resumió con precisión: “Tenemos al menos cuatro crisis que se entrelazan. Tenemos una alta inflación (...), una crisis energética (...), pobreza alimentaria y crisis climática.” 

Atender una sola de esas crisis sería complicado. Atender las cuatro de manera coordinada globalmente parece una labor titánica. 

@ValeriaMoy

 

para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, planes para el fin de semana, Qatar 2022 y muchas opciones más.

Google News