El supuesto combate a la corrupción y el argumento de que ahí está el origen de todos los males en el país ha sido el discurso eje de López Obrador. Esto le ha servido para predicar todos los días que él, en cambio, significa la honestidad. No sólo eso, ha sacado su pañuelo blanco señalando que en los niveles altos del gobierno ya no hay corrupción. Sin embargo, miembros de su partido, de su gobierno, de su círculo más cercano y de su familia, están bajo sospecha, por decir lo menos, de no entender ni vivir la pureza que se pregona desde el púlpito presidencial.

Entre los casos más recientes está la investigación sobre los movimientos financieros del fiscal general de la República, Alejandro Gertz Manero, y algunos de sus allegados. También han destacado las filtraciones sobre la situación patrimonial de Santiago Nieto. Pero no podemos olvidar las casas del director de la CFE, Manuel Bartlett o las de la ex secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval. Incluso los hijos mayores del presidente han sido señalados por aprovecharse del programa social como Sembrando Vidas. Evidentemente, estos casos, ventilados en la prensa con información de gobierno, reflejan, no un ánimo de justicia, sino las rencillas internas. Sin prejuzgar sobre estos casos en particular, lo que ha sido desastroso es el uso político de las instituciones para perseguir “enemigos” y meter calambres. Decían ser distintos al pasado, y resultaron ser lo mismo, solo que mucho más ineptos y descarados.

Otro caso reciente que también muestra el desprecio hacia las responsabilidades públicas, es el nombramiento del general Jens Pedro Lohmann, como titular de Laboratorios de Biológicos y Reactivos de México (Birmex), acusado de haber participado en el encubrimiento de la desaparición forzada de tres miembros de una familia, hace 12 años. Una acusación no es una sentencia, y en este país, una sentencia está lejos de acreditar una real culpabilidad. Sin embargo, lo que es notable es la absoluta displicencia con la que se anuncia el nombramiento, sin ofrecer elementos que ayuden a valorar el perfil profesional y la historia del general. Desde luego, a López Obrador esto lo tiene sin cuidado. No entiende de procesos, ni de matices. Su palabra es ley (o eso pretende), y ahora quiere que nos acostumbremos a un gobierno militarizado, bajo la premisa absurda de que cualquier responsabilidad que se le aviente a las Fuerzas Armadas estará a buen resguardo.

No es el único caso, pero el de la supuesta honestidad es quizá el más emblemático de un discurso plagado de mentiras. Tan es así, que se asume que realmente hay un interés por combatir la corrupción, cuando toda la evidencia de lo que sabemos es justo lo contrario, además de que forma parte intrínseca del modo de operar del “movimiento” que hoy es gobierno. Todos los días, con el mayor cinismo, se nos dice que todos los que estén en el movimiento son inmaculados, y todos los que se decida que son “enemigos”, son corruptos. Es tan torcido el planteamiento que, para aterrizarlo, requieren, no solo capturar fiscalías, la general y todas las estatales que puedan, sino también destruir o debilitar a todos los mecanismos que tienen que ver con transparencia y fiscalización, como la Auditoría Superior de la Federación o el INAI.

Hace un par de días, se celebró el Día Internacional contra la Corrupción. El año pasado, en ese contexto, el presidente señaló: "¿Qué les digo a los corruptos desde aquí? Ríndanse, los tenemos rodeados". Es una caricatura. Y muy mala. Y muy siniestra. Y muy vengativa. Y muy hipócrita. El mandatario debió agregar a su frase: “y mientras los tenemos rodeados (y distraídos), mis allegados se sirven con la cuchara grande.

*Colaboró Angélica Canjura

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