Daniela, de 37 años, y Karla, de 35, caminan por el frondoso Parque Hundido, en la alcaldía Benito Juárez de Ciudad de México. Es una tarde apacible de Semana Santa. Hay adultos paseando, niños y adolescentes comprando golosinas, jóvenes y maduros haciendo ejercicio, vecinos caminando con sus perros, amigos platicando en los andadores, parejas romanceando en bancas. Karla y Daniela se aproximan a una explanada, donde dos veinteañeras, entrenadas por un pugilista, practican box. ¡Pas-pas-pas-pas! Una de ellas golpea muy fuerte y velozmente las manoplas de su manager. Sus movimientos son certeros, sus puñetazos implacables. También sabe quitarse los golpes: se balancea de un lado a otra con agilidad y contraataca de manera fulminante. Daniela y Karla observan y se quedan pensativas. Les pregunto si les hubiera gustado saber defenderse de esa manera, cuando fueron agredidas una y otra vez por sus parejas. Karla, trabajadora del IMSS, enfermera con estudios en relaciones internacionales, madre de un niño de 2 años, responde primero: “Me hubiera gustado tener esa fuerza. Tener esa energía de decirle: ‘No te vas a meter conmigo’…”, dice con mirada triste. Daniela, comunicóloga y locutora que tiene una hija de dos años, la secunda: “Yo hubiera querido, además de la fuerza, tener el conocimiento de qué hacer, dónde pegar.” Daniela estuvo atrapada en un pantano de violencia durante tres años y diez meses: “Una tortura. Estando embarazada me puso una pistola en la cabeza, me cortó una mano (muestra una cicatriz en su mano derecha, también otra en la frente). Por sus golpes, todavía tengo marcas en las piernas. Era su afán de controlarme, de que yo hiciera lo que él quería que hiciera en todos los aspectos: que yo pensara como él quería, que viera a las personas que él quería, que me vistiera como él quería”. Su verdugo es un abogado penalista, de 32 años, quien irónicamente llegó a prestar servicios… a víctimas de violencia intrafamiliar. Inaudito. El sujeto, cuenta Daniela, intentó atropellarla una vez. La escena quedó grabada en cámaras de vigilancia que forman parte de su expediente, aunque la Fiscalía no le permite usarlos públicamente. Existen dictámenes de su caso en materia de análisis de contexto y antropología social que han determinado algo rotundo: “Que sufrí todos los tipos de violencia (física, sexual, emocional, económica, etcétera) y que estoy viva… prácticamente de milagro”. Karla, que sufre estrés postraumático y ansiedad, al igual que Daniela, padeció violencias similares. Los agresores de ambas están presos, pero el miedo no cesa: temen que pronto salgan libres. Cuando lo mencionan, sus miradas son de pánico. Y es que la liberación de ellos (“en cualquier momento”, alerta Daniela), es algo factible: las dos mujeres se quejan de que la Fiscalía no ha seguido sus casos con perspectiva de género; es decir, tratándolos como intentos de feminicidio, en vez de hacerlo como asuntos de violencia familiar, cuyas penas son menores, ya que se trata de un delito no grave. El 4 de febrero pasado, el Congreso local aprobó por unanimidad un exhorto urgente a la Fiscalía, para que atienda, precisamente con esa perspectiva de género, los casos de Daniela y Karla. La Comisión de Derechos Humanos ha emitido opiniones técnicas similares. ¿Es mucho pedir, en una ciudad gobernada por una mujer (Claudia Sheinbaum), con una Fiscalía encabezada por otra mujer (Ernestina Godoy), que sigan los casos de estas dos mujeres (y de todas las mujeres con riesgos de sufrir feminicidios) con la empatía necesaria para que sus agresores no solo sean atrapados sino vinculados a proceso, juzgados y sancionados conforme al riesgo feminicida que representan para ellas? El año pasado hubo 73 feminicidios en Ciudad de México, de acuerdo a datos del Centro Nacional de Información del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Seis al mes, en promedio, al menos uno por semana. Este año, van seis feminicidios y quince homicidios dolosos contra mujeres, 21 casos en total, al menos dos por semana. Esperemos que Daniela y Karla no vayan a formar parte de esas estadísticas oprobiosas, debido a negligencias de la Fiscalía que permitan la libertad indebida de sus agresores. Ojalá que no…

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