El lunes de la semana pasada todas las instituciones de educación básica y media superior del país regresaron a trabajar de modo presencial, de acuerdo a lo indicado por el gobierno federal, argumentando que los niños y adolescentes han perdido una importante parte de su formación integral, al no haber socializado por año y medio. Estas indicaciones vienen de órganos internacionales como la UNESCO o la OCDE que han identificado que cuando los alumnos son más pobres están en más riesgo en sus hogares, pero también la brecha entre los que más y menos saben se están haciendo más profunda, además en unos años dicha brecha estará cobrando una alta factura social.

Bajo estos argumentos no podemos dejar de ver cómo es la situación en nuestro país, donde las escuelas públicas (los edificios físicos) presentan grandes diferencias entre unas comunidades y otras, porque el mantenimiento de las escuelas lo pagan los padres de familia, así que escuelas donde las familias pertenecen a la clase media, podemos ver edificios donde hay agua y termómetro para valorar la temperatura de todos los que pertenecen a esa comunidad educativa, además de gel antibacterial, se promueve la sana distancia, y padres y profesores tomarán todas las medidas para evitar contagios por COVID-19.

Pero en otras escuelas las condiciones no han sido tan buenas, de inicio no hay agua corriente en los sanitarios, los padres no han podido pagar la compra de un termómetro y mucho menos de gel antibacterial, las aulas son reducidas y sin espacio para la sana distancia, además existen comunidades donde no hay buena señal de internet y familias sin una computadora, o un teléfono inteligente, o una tableta, para cumplir con los procesos de aprendizaje híbrido. Así que la mayoría de los alumnos que asistieron pueden ser portadores de contagios y podrán llevar el virus a sus familias nucleares y también a sus familias extendidas.

Esto porque, aunque las nuevas cepas son menos agresivas, son más contagiosas y aun habiendo sido vacunados, seguramente varios adultos enfermarán, y muchos niños y adolescentes caerán en cama sin remedio, provocando la tan ansiada inmunidad de rebaño. Claro está que, en esta experiencia, veremos morir a muchas personas, a la mejor, muchos de nuestros alumnos, pero alcanzaremos esa inmunidad de rebaño que requerimos para ir, lo más pronto, a esa nueva normalidad. Y ahí, justo ahí, está el dilema.

Cualquier jesuita preguntaría, ¿cuál es el mal menor? ¿Continuar el encierro, aunque hagamos las brechas más grandes entre los que más saben y los que menos saben? ¿Alcanzar la inmunidad de rebaño, a costa de perder muchas más vidas, lo más pronto posible?

A mí me parece que el gobierno ya decidió y está optando por alcanzar la inmunidad de rebaño lo más pronto posible, permitiendo que las familias decidan si exponen a sus hijos o no en esta hazaña. Pero responderá al llamado de la UNESCO para no generar una brecha más grande, responderá al llamado de los empresarios a no parar la economía, responderá a la inquietud de los padres que ya no pueden atender a sus hijos y también responderá al interés de muchos alumnos de regresar a la escuela como la conocían antes de la pandemia.

Por su parte, las familias responderán a sus intereses particulares y los que puedan resguardarán a sus hijos lo más posible, ayudándoles en su socialización, también, lo más posible. Sin embargo, las familias que no puedan atender a los niños en casa, los enviarán a la escuela con muchas recomendaciones, con la bendición del dios en el que busquen protección y con mucho gel y cubrebocas. Los estudiantes irán a las escuelas cuando se les permita, tal vez temerosos y cuidándose, tal vez embrabucados y dispuestos a ganarle la partida al virus. Las consecuencias las veremos en pocas semanas, entonces el gobierno, también deberá enfrentar el dilema de la atención de la salud social, si los contagios se disparan y muchas personas requieren hospitalización e incluso apoyo de aparatos de oxigenación, pues tendrá que darles esa atención y sabemos que posiblemente, no habrá la cobertura necesaria.

Entonces estaremos frente a otro panorama y ante otros dilemas ¿a quién se atiende primero?, ¿quiénes continúan con la vacunación?, ¿se cierran las escuelas nuevamente para contener los contagios? ¿seguimos enviando a nuestros hijos a la escuela a pesar de que no han sido vacunados?

Los dilemas están ahí, todos los tendremos y estaremos decidiendo por nuestras vidas… a pesar de que no sabemos a ciencia cierta cuándo alcanzaremos la ansiada inmunidad de rebaño.

La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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