Hace algunas semanas tuvo lugar el concurso Miss Universo. Representantas de muchos países desfilaron en bikini y vestido de noche y dispusieron de unos minutos para hablar sobre el tema que cada año es considerado importante en ese momento: la paz mundial o el cuidado del medio ambiente. El de ésta ocasión, fue el empoderamiento de las mujeres, de moda en los países occidentales: “Estamos aquí para abrazarnos a nosotras mismas y para empoderar a todas las mujeres” dijo una de ellas y todas hablaron de lo necesaria que es la participación de las mujeres y de su gran capacidad para manejar todos los asuntos.

Frente a un jurado compuesto por celebridades, actrices y modelos, se condolieron por “quienes están pasando por mucho sufrimiento, violencia doméstica, tortura” y exigieron libertad y educación para todas.

Como dice Enrique Alpañés: “Esos mensajes inspiradores, muy cortos, con lenguaje sencillo, transmiten la idea de que podemos resolver los problemas sociales con intervenciones fáciles, arreglar los prejuicios, enseñarle a las personas cómo deben hacer las cosas, todo con un discurso que contenga las ideas bonitas, para así crear el mundo que queremos, más justo, más pacífico, más inclusivo”.

¿En qué momento quienes encarnan a la mujer objeto, la que tiene que cumplir con un concepto de belleza y de inteligencia que a los organizadores de esos concursos les parece adecuado, se presentan como luchadoras por la causa de las mujeres? ¿Y a cuenta de qué resulta que la mitad de la población mundial somos lo mismo y queremos lo mismo, como si no tuviéramos enormes diferencias y condiciones de vida?

Pero eso no lo consideran las mises. Es más, ni siquiera les preocupa la coherencia, pues una de las concursantes, luego de desfilar por la pasarela para que la vean y califiquen, dijo que “ya basta de que estemos preocupadas por cómo nos ven”. ¿Perdón? ¿Entonces qué hace allí?

Y tampoco es cinismo, pues ellas sí lo creen. Así lo dijo la ganadora: “A través de la pasión por la belleza, queremos abrazar a todas y cada una de las mujeres que están viendo esto, que aspiran a ser líder de su vida”.

El de las mises es sin duda el caso extremo, pero hay otros. En México tenemos a las Magistradas de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que llegaron allí por motivos y apoyos que nada tuvieron que ver con una agenda de mujeres, pero que ahora se presentan a sí mismas como si esa fuera su lucha. Con discursos muy enrevesados, llenos de lugares comunes (las palabras de moda: inclusión, diversidad, derechos, pluralidad) pero sin ninguna propuesta concreta, suponen que nos van a convencer de que por ser mujeres harán cosas buenas para las mujeres.

Eso mismo hace hoy cualquiera que busca la candidatura para algún cargo, una invitación a un evento, espacio en un medio, un premio: se pone como encarnación de la lucha de las mujeres. Así lo dijo Susana Harp que quiere gobernar Oaxaca: no es por mí, es por todas.

Escucho los aplausos por esos discursos y los elogios de los varones por esos “logros” y al mismo tiempo leo cómo se burlaron en las redes de una profesora que se enojó cuando un alumno la llamó miss: “¿A los maestros hombres les llamas mister? ¿Porqué no me llamas por mi titulo de doctora?” le reclamó.

Y entonces me sucede lo que decía Carlos Monsiváis: “O ya pasó lo que estaba entendiendo o ya no entiendo lo que está pasando”.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
 www.sarasefchovich.com

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