Cuando mi padre fue amenazado por el régimen priista en marzo de 1989 y tuvo que exiliarse -tiempos de Carlos Salinas de Gortari-, decenas de periodistas fuimos despojados de nuestro sustento y miles de ciudadanos perdieron aquel parteaguas del periodismo mexicano que había sido el diario unomásuno, el cual había fundado Manuel Becerra Acosta el 14 de noviembre de 1977, después de que Luis Echeverría perpetrara un golpe en el periódico Excélsior que dirigía Julio Scherer, donde Manuel era subdirector.

En esas duras circunstancias, en las que tipos que ostentaban armas se le presentaban a Manuel para acosarlo (en restaurantes y caminatas a las que era afecto, por ejemplo); en esos días en que el ex militar y ex policía Fernando Gutiérrez Barios era el Secretario de Gobernación (imagínese usted: el mismísimo ex comandante de la Dirección Federal de Seguridad con Gustavo Díaz Ordaz ); en esos momentos en que tan distinguido caballero veracruzano mandaba a casa de mi padre un día sí y otro también canastas de regalo con una piña y un sobre de café como una extravagante forma de amago (¿qué, lo iban a agarrar a piñazos, a madrazos, y le iban a dar café en calidad de tehuacanazos como forma de tortura?), todo para que entregara el diario y se marchara del país “porque le rompía el hígado al Presidente”, como me dijo uno de sus personeros (conocido en las cloacas de aquel régimen como Ataúd Gutiérrez), alegando que Salinas y Miguel de la Madrid no le perdonaban al diario que hubiera dado a conocer e impulsara el movimiento disidente de Cuauhtémoc Cárdenas (la Corriente Democratizadora) que en 1988 probablemente le ganó la elección presidencial al priista; en esas horas oscuras, antes de partir al exilio, Manuel me dijo:

-El periodismo nunca debe ser apologista de un gobierno, a menos de que se trate de una revolución para derrocar a una dictadura.

Yo tenía casi veintiséis años (cumplía siete de haber empezado a trabajar en el periodismo) y me quedó claro que así tenía que ser la vida periodística, costara lo que costara: bajo ninguna circunstancia los periodistas debemos ser exégetas de ningún gobierno.

Jamás.

El periodismo, además de informar lo que acontece, debe estar consagrado a revisar, auscultar, pesquisar y analizar todas las actividades de los poderes, tanto los legales como los fácticos y criminales.

Los periodistas no debemos ser voceros ni jilgueros de ningún gobernante. Los periodistas no debemos recibir embutes -chayos- de ningún funcionario, de ningún gobierno, de ningún poder, de nadie.

Los periodistas no debemos ser porristas ni aduladores porque perdemos el equilibrio y entonces dejamos de ser periodistas para ser… aplaudidores, animadores, lambiscones, besucones de manos poderosas.

Ser activista está bien, ser vocero también, pero mientras andes en eso no me digas que tienes el balance que se requiere para ser periodista porque sabes que mientes.

Los afines al poder en turno, esos miles de simpatizantes en las redes -o fueras de éstas- que fanatiquean por quien gobierna podrán decirte “periodista comprometido”, o presentarte como “periodista amigo y afín”, pero tú y yo sabemos que en este momento no lo eres, o qué, ¿te vas a atrever a criticar al Presidente, a sus funcionarios y a su partido?

Exacto: no. Ni con medio tuit, porque ya de una oración escrita o una frase en video, ni hablemos.

Eres lisonjero. Por tanto, no eres periodista. Hoy, no.

Y quienes hacían genuflexiones ante Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, y abrían sus carteras para recibir billetes sucios provenientes del chayoterismo oficial, tampoco eran periodistas: eran gacetilleros pagados, regularmente pagados, o millonariamente pagados, pero se postraban de hinojos, y no es agravio, es retrato hablado de ustedes.

El lunes pasado, Andrés Manuel López Obrador, que cuando fue opositor zarandeó siempre a quienes se hacían llamar periodistas pero que en realidad eran focas aplaudidoras de priistas y panistas, dijo en su conferencia mañanera que sí, que siempre sí se vale ser palero (porque él gobierna, claro) y para ello citó las excepciones de Francisco Zarco con Benito Juárez y Filomeno Mata con Francisco I. Madero.

Perdón, Presidente, con todo respeto, y aunque eso caliente, yo sí voté por usted, pero… usted no es Juárez, tampoco Madero (ni lo era antes de los comicios presidenciales del 2018 ni lo es ahora, lo siento), ni estamos en una revolución después de una dictadura militar (vivimos una sana alternancia y usted llegó al poder a través del voto, no de las armas insurgentes), y no me va a decir que Lord Molécula y demás adláteres son Zarco y Mata.

Ahora sí que no somos iguales, ¿eh?

Vamos poniendo las cosas en su justa dimensión, ¿sí?

Digo.

Bajo Fondo

Obviamente que el Presidente no lee esta columna, lectora-lector, sería un vergonzoso viaje de ego pensar que así sucede. Asumo que a él, como a todos los presidentes mexicanos, le filtran los textos y sus colaboradores solo le dan los más lindos artículos sobre la 4T y le proporcionan resúmenes de los más virulentos teclazos contra él, para que, en algún momento que considere pertinente desviar la atención de problemas serios, arremeta contra esas personas. No obstante, hago este juego como si yo estuviera en su mañanera y respondiera a sus aseveraciones porque es un divertimento ilustrativo de su forma de pensar.

Dijo el Presidente el mismo lunes:

-Cuando veo que (periodistas) hablan de que son independientes me dan desconfianza. Puede ser que sean independientes del pueblo, no del poder.

-Presidente, usted es el poder. Y sí, Presidente, hay periodistas que ni estamos con usted ni estamos con aquellos que lo detestan y lo critican desde el hígado. Sana distancia con ambos. De lejecitos, ¿sí? Usted y los suyos nos golpean verbalmente y sus más agrios (y agriados) críticos hacen lo propio. Los extremos se tocan, proceden de la sinrazón, del dogma. Ya entiendan: hay quienes no vamos a estar, en términos periodísticos, ni con uno ni con los otros. Amamos nuestra libertad y eso no es negociable, nos presionen cuantas veces nos presionen.

El Presidente:

-Porque, es como el mundo al revés, los más corruptos, que siempre han estado sometidos al poder, ahora les llaman paleros a los que defienden el proceso de transformación. (…) Es bueno saber que el periodismo en época de transformación no puede estar en las medias tintas, no hay término medio, y estamos viviendo un proceso de transformación.

-Presidente, los primeros, los del anterior régimen que se dedicaban a adular y recibían dinero del poder por hincarse, eran corruptos (o siguen siendo corruptos), y los segundos, los que se dicen periodistas y lo halagan a usted sin pudor, son paleros (con o sin chayo franciscano). Punto. Sí, sí hay medias tintas, aunque eso también caliente: es la libertad de criticar a quien se nos dé la gana (a usted y los suyos, a los otros y sus patrones), aunque usted y sus adversarios estén igual de enojados y lleven tres años y medio ofuscados con nosotros, con los raros, los anormales que osamos alejarnos de su mundito binario. Y, Presidente, perdón pero eso de “conmigo o contra mí”, qué le digo, suena muy facho. Pida por ahí en Palacio Nacional un libro de historia de Italia en los años 30 y 40 del siglo pasado y va a encontrar en espejo. Quizá Jesús, su vocero, le pueda conseguir uno de esos libros. O Marcelo.

AMLO:

-Pero, además, no nos conviene quedar bien con ellos (con los periodistas críticos). ¿Por qué no nos conviene? Y en esto sí voy a ser materialista, porque nos cuesta, y yo prefiero que tengan los jóvenes becas a pagar publicidad, o (pagar para que) me apoyen y que yo les tenga que dar contratos en donde me van a cobrar dos, tres, cuatro, cinco, diez veces más de lo que vale una obra y a cambio de eso sus conductores de radio y de televisión van a estar diciendo: “Ya bajó de peso el Presidente, ya no tiene canas, ya no tiene el pelo como un algodón, ya habla de corrido, ya no se come las ‘s’, yo creo que ya está empezando a hablar inglés, ¡Ay, pero qué sentido del humor poner a Chico Che!’.”

-Presidente, usted se volvió José López Portillo: “No pago para que me peguen”, espetó el ex presidente priista cuando se incomodó con la prensa crítica. No me diga que había olvidado de ese pasaje...

Le digo, lector: ya en el poder, todos son iguales; o al menos, cómo se parecen, carajo.

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