El próximo martes 8 de marzo caminaremos codo a codo mujeres con pañuelos verdes al cuello y mujeres que no desean legalizar el aborto. Mujeres rubias, morenas, mestizas, rapadas o de cabellos blancos. Mujeres de Izquierda, del Centro y de la Derecha, y a la vera caminarán también las mujeres encapuchadas anarquistas. 

Antes de sacar las cuentas de lo que nos falta por andar, es justo que las mujeres nos demos el regalo de festejar lo ya andado. Que no es poco. 

Hace 3 mil años, la Cultura —toda la Cultura Humana— la Occidental y la Oriental, subordinaba a las mujeres bajo el mando de los hombres. Fue apenas hace cien años, cuando ya todas las revoluciones modernas nos habían prometido la igualdad —y una tras otra nos habían traicionado—, que las mujeres decidimos formar un movimiento de solo nosotras y solo para nosotras. 

¿Cuál es el genio que ha convertido desde entonces al Feminismo en un movimiento de extensas multitudes? 

De extensas multitudes: para saber el poder del Feminismo del siglo 21 bastará este 8 de marzo asomarse a las principales avenidas de nuestro país y del planeta. Aún en esta pandemia, que no termina de terminar, aún con la guerra siniestra que se desborda del otro lado del horizonte, esas avenidas anchas se llenarán de mujeres, como ninguna otra causa viva es hoy capaz de llenarlas. 
El genio del Feminismo ha sido la inclusión. 

Las mujeres heredamos de nuestras tatarabuelas —y a través de ellas de la misma Naturaleza— un don para incluir en el bienestar a muchos, a muchas, sin borrar la particularidad de nadie. Las pirámides patriarcales se construyen a base de la violencia que subordina; las reuniones del feminismo se sostienen con ese otro mecanismo. La inclusión que abraza. 

El Feminismo ha sido sabio al no crear subordinaciones internas y por tanto no se ha jerarquizado. No hay una líder feminista mundial o local. Ni un comité central censor de la ideología de las mujeres combativas. De ahí que tampoco el Feminismo se ha institucionalizado. A su interior se han formado mil y una organizaciones, pero acompañan al movimiento como pequeños barcos al buque principal —que es el que marca el rumbo. 

Aún cuando rompemos cristales, aún cuando rompemos los usos y las costumbres, aún cuando conspiramos a través del mapamundi para vetar de una embajada a un acosador o encarcelar a un violador, aún cuando nuestra intención penúltima y nada secreta es desarmar al sistema patriarcal, pieza por pieza, la meta última del feminismo es la inclusión. Que nadie se quede excluida, excluido.
Y hay que decirlo también, por esa tendencia a recibir con los brazos abiertos a quien es distinto, distinta, en apariencia somos un botín secuestrable. 

Hace quince años, una mujer panista quiso encabezar la Marcha de Mujeres, so pretexto que ella era feminista. Ajá, en un instante se volvería nuestra cabeza sin que nos diéramos cuenta. O al menos así parecería en las primeras planas de los periódicos. Hoy mismo, algunas mujeres de Morena han buscado cómo silenciar los reclamos que en la Marcha previsiblemente florecerán contra el presidente López Obrador. Los reclamos: las consignas voceadas a coro, las pintas en las paredes, las pancartas. Y hoy mismo también, algunas mujeres trans quisieran que la centenaria cultura feminista se tuerza para acomodarse en su nomenclatura, más joven y más estrecha. 

Compañera, ocupe su sitio entre las muchas, le respondieron las organizadoras de la marcha a la astuta y poderosa panista. Y marchó entre todas, con su contingente de señoras afines, señoras bien maquilladas y de medio tacón. Lo propio nos toca responder a otras mujeres astutas. Compañeras, incorpórense a la Marcha de la Mujeres con su diferencia, pero no intenten secuestrarnos. 
Y eso porque, otra vez, el genio del Feminismo ha sido y debe seguir siendo la inclusión. Y el precio de esa apertura es la eterna vigilancia: debemos vigilar que nadie la cierre o la subordine. No, nos nos dejemos desviar, ni enfrentar entre nosotras, que nadie nos amenace o nos cancele, ni se amanezca milagrosamente encabezándonos. 

Este 8 marzo marcharemos codo a codo mujeres que nacimos mujeres y mujeres que decidieron serlo. Marcharemos mujeres que aman a otras mujeres y mujeres heterosexuales —y las más listas de todas, las de la preferencia erótica fluida. Hemos caminado así hombro a hombro ya un siglo y tenemos aún camino para andar antes de que nuestras diferencias nos separen. Y nos necesitamos a todas —a todas y a cada una— para seguir avanzando…

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