Las advertencias estaban ahí, pero no supimos escucharlas. Los expertos vienen hablando los últimos años del calentamiento del planeta y sus efectos adversos. Los cambios en el clima y los eventos meteorológicos extremos ya no son un pronóstico, son una realidad. Toca atenderlos de manera urgente, porque en caso contrario el panorama puede aún ponerse peor.
Los habitantes de la Ciudad de México ya en este 2025 padecemos de sequías e inundaciones. Para 2050 la temperatura de la zona podría aumentar unos tres grados centígrados. Para colmo, buena parte del agua que se consume en esta inmensa concentración urbana proviene del sistema Lerma-Cutzamala. La distancia y la altura desde la que tiene que bombearse, requiere de una cantidad enorme de energía. Es un proceso caro y contaminante que tiene que mejorarse.
La clave está en preservar los suelos de infiltración pluvial, que son aquellos que permiten la recarga de los mantos acuíferos. De esa forma, la lluvia nutre al subsuelo y garantiza el abasto en tiempos de sequía, en lugar de inundarlo todo, afectar la infraestructura y poner en riesgo a las personas. Cuidar y aumentar los suelos de conservación, permite además captar más bióxido de carbono y mejorar con ello la calidad del aire que respiramos.
El estrés hídrico es un fenómeno global. Solamente el 0.5 por ciento del agua en el planeta es dulce y aprovechable. Si bien la eficiencia en su uso ha aumentado en un 9 por ciento gracias a las nuevas tecnologías, esto no es suficiente. El pronóstico, según Naciones Unidas, es que la población que padece falta de agua se duplique y alcance para 2050 a 2400 millones de personas.
En México el panorama es aún más grave. El año pasado, más del 61 por ciento del territorio nacional padeció sequías. Para colmo, las decisiones para atender la gestión del agua son complejas por la gran cantidad de entidades públicas y privadas que participan. Coordinar a los 2,826 organismos operadores de agua que hay a nivel municipal es una tarea titánica.
La falta de agua afecta gravemente la salud, acaba con la biodiversidad y amenaza al desarrollo sostenible. Mejorar la infraestructura y gestionarla de mejor manera debe ser una prioridad, por encima de intereses políticos. Sin embargo, esperar que quien aspira a un cargo de elección popular priorice los proyectos sustentables de gestión del agua, es una ingenuidad. La maldición de los proyectos hidráulicos es que no se notan hasta que faltan o fallan. Por eso no se traducen en votos.
La clase política difícilmente va a cambiar. Los que tenemos que cambiar somos los ciudadanos. Tenemos que poner nuestro foco en el tema, informarnos y exigir que el presupuesto se asigne adecuadamente y se implemente de forma eficiente. De lo contrario, seguiremos pasando de secos a inundados. No es algo que pueda postergarse. Es cuestión de sobrevivencia.
@PaolaRojas