Paola Rojas

El sueño americano se convirtió en pesadilla

04/08/2025 |08:12
Paola Rojas
autor de OpiniónVer perfil

“El Centro de Detención para Migrantes es peor que la prisión”. Eso me aseguró una mujer que estuvo presa en la cárcel por conducir intoxicada y que, luego de otras infracciones, no pudo mantener su permiso de residencia en Estados Unidos. Después de una redada fue llevada a un lugar en Arizona, en el que los migrantes esperan meses o hasta años la resolución de sus casos. Lo describe como el infierno. Recuerda el frío que le calaba los huesos y los papeles tipo aluminio con los que intentaba taparse.

Esos espacios han sido desde siempre terribles, y la consigna es que ahora sean peores. Se trata de generar miedo para que los inmigrantes se vayan voluntariamente del país. Eso explica la cobertura mediática tan amplia que tuvo la inauguración de Alligator Alcatraz, un lugar en Florida para retener migrantes en medio de un pantano y rodeado de grandes reptiles.

Desde antes de su apertura, activistas alertaron sobre las posibles violaciones a los derechos humanos; mientras que grupos ambientalistas denunciaron la depredación del entorno que generó su construcción. Nada de eso detuvo la presencia del propio presidente Trump en su inicio de operaciones. Lo presumió como un lugar custodiado por “fauna peligrosa y un terreno implacable”, mientras que su vocera, Karoline Leavitt, señaló que con Alligator Alcatraz comenzaba la mayor campaña de deportación masiva en Estados Unidos.

Hasta ahí fueron llevados los hermanos mexicanos Carlos y Alejandro González. La pesadilla empezó por una infracción de tránsito. Los ingresaron sin entregarles un número de caso, así que no era posible siquiera iniciar un proceso legal para lograr su liberación. Su padre fue hasta Florida para auxiliarlos, y de la mano del personal diplomático emprendió una campaña mediática para denunciar lo que pasaba. En entrevista me describió las condiciones en que los tenían: “Cuando les dieron de comer estaban encadenados de pies y manos”.

Por fortuna esos dos jóvenes fueron repatriados en cuestión de días, pero no son los únicos mexicanos recluidos en Alcatraz de los Caimanes. Ahí y en otros muchos centros menos conocidos, pero igual de terribles, están miles de paisanos. El gobierno mexicano ha dicho que “mantendrá una política activa de protección consular y que no se tolerarán condiciones que atenten contra la dignidad y el bienestar de esos mexicanos”. Pero la realidad es que es muy poco lo que pueden hacer nuestras autoridades por ellos.

La autodeportación es la vía más barata que tiene el gobierno estadounidense para deshacerse de los migrantes, así que hacer de los centros de detención una pesadilla es parte de la estrategia. Lo interesante es que aquellos que vuelven voluntariamente a México son en su mayoría personas trabajadoras y esforzadas que no quieren que su familia sea dividida por la fuerza o sometida a esas torturas. Los delincuentes no se deportan. Ellos siguen las reglas del mundo criminal; entran y salen del país por amenazas de grupos rivales o por acuerdos con autoridades corruptas.

La tarea del gobierno mexicano debe ser crear las condiciones económicas y de seguridad para recibir a aquellos que vuelven. Tienen perfiles interesantes, son bilingües y están capacitados. Pero más allá de que son un importante recurso humano, toca darles las oportunidades que no tuvieron en el pasado y que los obligaron a emigrar. Son mexicanos que han sufrido discriminación, que han superado obstáculos y que hoy viven un segundo destierro. Se fueron tras el sueño americano, hoy merecen vivir el sueño mexicano.