Todavía no terminaba el partido y ya habían empezado los disturbios. La que tendría que haber sido una fiesta para los franceses, luego del triunfo del Paris Saint-Germain en la Champions, se convirtió en violencia, destrozos y vergüenza. Dos personas muertas, más de 500 detenidas, casi 200 heridas y cientos de coches incendiados, es el saldo de las celebraciones en París y otras ciudades.

Lamentablemente, no sorprende que haya ocurrido algo así. De hecho, era previsible por los antecedentes. Hay que recordar que hace apenas tres semanas, cuando el PSG le ganó al Arsenal y se clasificó para la semifinal, hubo 50 detenidos. El reto en términos de seguridad para esta final era inmenso. Las autoridades se prepararon con un gran operativo policiaco y aún así pasó lo que pasó.

Los emblemáticos Campos Elíseos se convirtieron en escenario de disturbios, varios monumentos fueron vandalizados y los policías fueron atacados con proyectiles. Un grupo de personas intentó incluso bloquear el tráfico en el Periférico, pero fueron detenidos. En París, como en casi todas las ciudades del mundo, no se pueden cerrar vialidades cruciales. En eso sí es diferente en nuestra reiteradamente colapsada Ciudad de México.

No se entiende cómo es que pasaron de ondear banderas de su equipo a realizar actos vandálicos con la cara cubierta. No está claro si había infiltrados entre los aficionados con la consigna de generar violencia. Lo que sí se sabe es que personas que no estaban siquiera siguiendo el partido, detonaron la violencia incluso antes de que el juego terminara.

Lo terrible es que lo ocurrido este fin de semana en Francia no es un caso aislado. Escenas similares se han visto en muchos otros países. No es fácil entender estos actos multitudinarios de violencia detonados a partir de un evento deportivo, pero es lamentable que el odio y la polarización se reflejen en eventos así.

Si se trata de infiltrados que hacen destrozos como parte de un plan orquestado por alguien, hay que preguntarse quién gana con esa violencia. Si se trata de expresiones de personas que se contagian del fervor de la masa y aprovechan para desahogar su furia, hay que indagar qué es eso que les molesta tanto.

Lo brutal es que en casos similares ocurridos en otras latitudes, las investigaciones sobre lo que origina estos disturbios no llegan a nada. Pareciera tratarse de una violencia que no es planificada ni tampoco razonada. Lo que eso nos dice de la humanidad es desolador. Violencia no como medio si no como fin; violencia porque sí, como si hubiera regocijo en ejercerla.

Mala semana para Macron. Empezó con un cachetazo y miren cómo terminó.

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