Hace tiempo que no se reunía tanta gente en ese lugar tan remoto. Más de 600 personas de la sierra Tarahumara estuvieron en Cerocahui para despedir a los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora. Durante sus funerales hubo muchas muestras de agradecimiento y cariño por las décadas que dedicaron a trabajar a favor de los rarámuris. Sus restos reposan muy cerca de la iglesia en la que fueron asesinados junto a un guía turístico al que intentaron ayudar cuando huía del criminal que terminó matándolos a los tres.

Son muchos los asesinatos que ocurren todos los días en México, pero este sacudió de una forma diferente. Las víctimas eran personas que dedicaron su vida a ayudar a los más desfavorecidos; formaban parte de una orden que ha hecho labor social con los indígenas, los migrantes y otros grupos vulnerables de manera cercana, eficiente y cariñosa. Con su muerte se sumaron la tristeza y la indignación con el miedo.

El año pasado hubo más de 34,500 homicidios dolosos en México. Son ya tres años con cifras récord de este delito. La violencia crece y junto con ella las voces que piden se revise la estrategia de combate a la inseguridad.

Desde la iglesia católica hubo quienes, a partir de este crimen, denunciaron que los sacerdotes suelen ser extorsionados por los criminales. Tienen, por ejemplo, que pagar para que se puedan realizar las fiestas patronales. Muchas parroquias pagan “derecho de piso” a grupos que los amenazan constantemente.

Los testimonios fueron muy puntuales: el obispo de Zacatecas, Sigifredo Noriega Barceló, contó que fue retenido durante una gira en Jalisco por civiles armados. Luego el cardenal de Guadalajara, José Francisco Robles Ortega, relató que él también tuvo que permanecer en un retén del crimen organizado y agregó que eso es algo habitual en la zona norte de su estado. El obispo de Cuernavaca, Ramón Castro, fue aún más lejos y dijo que el planteamiento de “abrazos no balazos es demagogia y hasta cierto punto complicidad”, y exigió a las autoridades que no fallen y cumplan con su función de garantizar seguridad.

A los sacerdotes les tocó el calificativo de “hipócritas” por atreverse a cuestionar a la autoridad. Lo preocupante es que la respuesta desde Palacio Nacional es muy clara: la estrategia de seguridad actual no se va a revisar ni se va a cambiar. Y mientras tanto, los ciudadanos quedamos expuestos y solos ante los criminales. Si los curas, que tienen un gran cobijo social, no están a salvo, ¿quién sí?

@PaolaRojas

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