Desde hace tiempo se había discutido acerca de la posibilidad de que el Kremlin reconociera la independencia de las provincias ucranianas separatistas de Donetsk y Lugansk, como parte de su abanico de herramientas para alcanzar sus metas mayores. Una invasión masiva y frontal que involucraría a más de 150 mil tropas rusas e incluso atacar a Kiev, la capital ucraniana, era—y sigue siendo—tan solo otra de sus muchas opciones. Otras alternativas incluyen desde ciberataques, despliegues de armas en distintas zonas del mundo, o, por ejemplo, bloqueos a la navegación en el Mar Negro, entre muchas más. Pero reactivar el conflicto en el este ucraniano, y, como medida incluso de mayor impacto, otorgar formalmente el reconocimiento a la independencia de esas provincias separatistas, está siendo por ahora, la alternativa privilegiada de Putin; ello le permite, desde ahí, seguir adelante con otras posibilidades. ¿Por qué? Comparto unos apuntes al respecto.

(Nota: este texto analiza eventos en desarrollo y está escrito con base en la información que se tiene al momento. Asimismo, se trata de un texto de seguimiento; si desea revisar los análisis sobre sucesos previos relacionados, puede acceder a este enlace a mi perfil en este diario https://bit.ly/3HdHdKj)

1. Como contexto, hay que considerar que desde 2014, ambas provincias, Donetsk y Lugansk, se autoproclaman como “repúblicas independientes”, toman posesión de instalaciones de gobierno en sus regiones, ocupan parte del territorio, e inician un conflicto armado con el ejército ucraniano para defender esa independencia. En ese entonces, Rusia no reconoce esa independencia, pero sí apoya con armamento, financiamiento e incluso con personal, a las milicias combatientes denominadas “prorrusas”.

2. Unos datos adicionales: para 2014, en Ucrania, aproximadamente el 78% de la población se autoidentificaba como propiamente ucraniana, 17% se autoidentificaba como étnicamente rusa y 5% como perteneciente a otros grupos culturales o nacionales. La mayoría de los autoidentificados como ucranianos habitan en el occidente del país, mientras que la mayoría de los étnicos-rusos viven en el este, sur y sureste de Ucrania. Sin embargo, una cosa es la pertenencia étnico-histórica, y otra distinta es la lengua que se habla. El ruso es ampliamente hablado en vastas regiones sin que necesariamente la población que lo habla se autoidentifique como “rusa”. De hecho, la mayor parte de la población ucraniana es bilingüe, y de acuerdo con datos de Alina Polyakova (2014), es la generación más joven—aquella que nació después del desmembramiento de la URSS—la que más utilizaba la lengua ucraniana. La lengua, por tanto, no es un identificador automático de la etnia ni mucho menos de la postura política de la ciudadanía. En Crimea (donde 60% se consideraba étnico-ruso), una gran mayoría de la ciudadanía favorecía su anexión a Rusia. En cambio, un estudio del Pew Research Center (2014) revelaba que la gran mayoría de los ucranianos del este deseaba seguir formando parte de Ucrania.

3. En parte por eso, y en parte porque sus demandas políticas del momento estaban siendo satisfechas, Putin aceptó las negociaciones de Minsk que otorgaban amplia autonomía a esas provincias separatistas, aunque reconocían que éstas seguían formando parte integral de Ucrania. Dichos acuerdos, no obstante, han tenido, con los años, muy distintas interpretaciones y no han podido ser implementados. El presidente ucraniano que los firmó, Poroshenko, perdió las últimas elecciones ante Zelenski, quien ha criticado varios de los puntos firmados como inviables.

4. Ahora Putin retoma este conflicto como instrumento para aproximarlo a su objetivo mayor: redibujar el mapa de la posguerra fría. En otras palabras, a nivel táctico, el reconocimiento formal por parte de Rusia de la República de Lugansk y la República de Donetsk como estados independientes, le permite desplegar tropas en la zona, materializando con ello, en caso de que así se confirme en los próximos días, una primera etapa de intervención militar. Pero a nivel estratégico, las demandas rusas van mucho más allá de Ucrania e incluyen un compromiso por escrito de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)—la alianza militar occidental rival de Moscú—no solo de abstenerse de incorporar a Ucrania a dicha alianza, sino de comprometerse a no sumar a sus filas a más países del espacio postsoviético, además de replegar su actividad militar y su armamento de los países fronterizos con Rusia (como Polonia, por citar un caso relevante). Eso es, recordemos, lo que hay en la mira de Putin en el plano mayor.

5. La incógnita al momento de este escrito es, por tanto, si Rusia limitaría su intervención a las zonas que actualmente se encuentran bajo ocupación de esas milicias separatistas, o si extendería una invasión, por lo pronto, hacia otras zonas que forman parte de Donetsk y Lugansk y que los separatistas reclaman como propias, pero que hoy están en poder del estado ucraniano. Si Rusia decidiese expandir su intervención hacia esos territorios, ello podría confrontar a las tropas rusas con el ejército de Ucrania, o bien éste podría elegir no enfrentar a Moscú, y con ello, ceder de facto el territorio como sucedió con Crimea en 2014. Por ahora, Putin ha ratificado los acuerdos de cooperación militar que el Kremlin tiene con ambas provincias separatistas, lo que le permitirá incursionar militarmente y establecer bases de operación en esos espacios. Esto recuerda justamente lo que el Moscú ya ha hecho en otros países de la zona.

6. Adicionalmente, como dijimos, Rusia sigue contando con la posibilidad de intervenir más adentro de Ucrania, desde ahí o bien, por otros frentes. Si Putin va a recurrir a ello, o si limita su intervención a las zonas de Donetsk y Lugansk, es algo que dependerá de la medida en que las tácticas hasta ahora implementadas (u otras que se implementen en el camino) lo acerquen hacia sus metas mayores.

7. Este es el dilema que ahora se presenta ante Estados Unidos y sus aliados: ¿cómo elevar el costo que Rusia tendrá que pagar por estos hechos considerando que, muy probablemente, Putin ya tiene descontada una infinidad de potenciales consecuencias? Es decir, al presidente ruso se le han explicado con peras y manzanas toda la gama de sanciones que su país tendrá que enfrentar, y aún así, nada de ello ha logrado modificar su conducta. Moscú sabe, entre otras cosas, que también Occidente pagará un importantísimo precio al aplicar muchas de las sanciones. Más aún, Rusia cuenta con el respaldo de China para evadir varios de los costos económicos por dichas sanciones. Por tanto, el dilema para Occidente está en cómo disuadir a Putin de seguir escalando el conflicto, sin tener que ceder ante sus amplísimas demandas.

8. El riesgo está en la temida espiral. Putin ha sido muy eficaz en comunicar que ante cualquier acción que se implemente en contra de Rusia, Moscú reaccionará con una respuesta de más fuerza. Es decir, mientras más se le ha amenazado con sanciones “sin precedentes”, la reacción de Putin no ha sido doblegarse, sino expandir su posicionamiento militar. Luego, Estados Unidos y la OTAN decidieron incrementar sus despliegues de tropas y equipo militar en países colindantes con Rusia; pero eso, lejos de hacer a Putin titubear, le hizo incrementar sus medidas de presión. Ahora mismo, por tanto, si se responde ante el presidente ruso con acciones que buscaran rebasar las consecuencias que él ya está esperando—por ejemplo, desplegar incluso más tropas y más equipo militar en países vecinos—es probable que él decidirá seguir escalando las tensiones.

9. Por ahora, la decisión parece ser sí sancionar y sí llevar a cabo solo parte de las amenazas, lo que incluye algunos movimientos de tropas y aviones militares, pero aún no activar la batería completa de consecuencias, dejando una leve ventana de oportunidad en espera de que Moscú pueda leer el mensaje y entender que las posibilidades de negociar, incluso bajo la situación actual, siguen existiendo.

¿Hasta qué punto esa estrategia funcionará con alguien como Putin? Es difícil saberlo. tampoco es simple afirmar que, si se le confronta con mayor fuerza, se trata de una personalidad que cedería. Hacia adelante, sin embargo, será indispensable considerar que muy a pesar de la altísima eficacia para comunicar lo contrario, Rusia no es el poder que llegó a ser, que su economía pasa por momentos complicados (que seguramente se complicarán incluso más con las sanciones)—y esa economía dista mucho de tener las capacidades que requieren las pretensiones de una superpotencia expansiva—y que la decisión de proyectar poder y pagar los costos que ello implica, no está, incluso para alguien como Putin, exenta de consecuencias. Seguiremos pendientes.

Rusia reconoce la independencia de Donetsk y Lugansk: ¿qué implica?
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Twitter: @maurimm

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