Una semana antes de las elecciones de este junio, el gobierno llegó a aplicar 1 millón de vacunas contra la Covid en un solo día. Motivado por el jugo electoral que podía obtener de la vacunación, el presidente puso toda la carne al asador. En contraste, en las últimas dos semanas de este mes, el promedio ha sido de 178 mil vacunas al día. Hubo dos días francamente dramáticos: uno de 15 mil dosis y otro de 53 mil. En general están muy por abajo de las 300 mil diarias.

Esto quiere decir que la vacunación se ha caído en México aproximadamente 80% desde su pico registrado en la semana de las elecciones. De hecho, México es el lugar 90 del mundo en población vacunada. Sólo el 50% de la población tiene el esquema completo. Nada que presumir. Ese es el dato real, por más que el presidente diga que México es de los países que más vacunan en el mundo (otra de sus mentiras cotidianas).

Y no se debe a que no haya vacunas. De hecho, las estadísticas oficiales de este fin de semana marcan que en las bodegas del gobierno federal existen 42 millones de dosis. México parece casi un país acaparador. Hay vacunas, pero no las ponen. Incluso la estrategia federal se resiste a ampliar a la población receptora (por ejemplo, incluyendo a todos los niños a partir de los 5 años de edad, como en otras naciones).

El peligro de haber bajado el ritmo de la vacunación es que México es uno de los países más abiertos del mundo y por ello es muy alta la probabilidad de que llegue la nueva cepa ómicron del coronavirus, que es mucho más contagiosa y quizá más peligrosa. La Organización Mundial de la Salud ha recomendado que, frente a la aparición en África de esta nueva variante, las naciones no relajen sus esfuerzos de vacunación y mantengan las medidas de protección, como el uso del cubrebocas.

En las dos recomendaciones —vacunación y cubrebocas—, el gobierno del presidente López Obrador ha fracasado. La vacunación se ha desplomado 80% y el triste escudero presidencial, Hugo López Gatell, sigue peleándose con los cubrebocas… dos años de pandemia después.

Ningún gobierno del planeta estaba preparado para la llegada del coronavirus. Había poca información y las señales eran erráticas. Sin embargo, conforme avanzaron las semanas, la ciencia fue arrojando luces sobre cómo mitigar los efectos del coronavirus. Los gobiernos rectificaron. El de México, no. La arrogancia que caracteriza a esta administración impidió que se apostara decididamente por las pruebas y los cubrebocas, los dos grandes factores que han permitido la recuperación de la movilidad y de la actividad económica.

Con ómicron amenazando al mundo, tumbando las bolsas de valores y desatando cierres de fronteras, el presidente de México —como al inicio de la pandemia— sigue convocando a mítines. Cuando llegó el Covid, fue el hazmerreír internacional porque no interrumpió sus giras. Veintiún meses de pandemia después, se alista esta semana para conmemorar los tres años de su gobierno con una congregación multitudinaria en el Zócalo. La arrogancia, la soberbia, la incapacidad de admitir un error son el sello de este gobierno. Ojalá el showcito del Zócalo, organizado para saciar el ego del presidente, no se vuelva un brote de contagios.


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