Este fue el año en el que recuperación económica tendría que haberse dado de forma vigorosa después de la estrepitosa caída vivida en el 2020 atribuida, en gran medida, al covid. En este año se revirtió el confinamiento que se vivió el año previo y la actividad económica ya operó en condiciones cercanas a la normalidad previa a la pandemia. 

El color del semáforo epidemiológico dejó de tener implicaciones reales más que aparentemente para el sector educativo que apenas regresó a las aulas de forma semi-presencial para este ciclo escolar. México fue uno de los países en los que más duró el cierre de las escuelas, 53 semanas. El rezago educativo que se ha vivido —porque no ha terminado— durante la pandemia tendrá repercusiones negativas en la calidad de vida de los mexicanos, sobre todo, en aquellos que pertenecen a los deciles de más bajos ingresos y cuyo acceso a modalidades alternativas de educación es limitado. No hay ninguna medición oficial del rezago. Dudo que vaya a haberla. No existe interés en evidenciar los fallos del sistema actual y el fracaso del modelo implementado. 

Gracias a centros de estudio como el IMCO, Mexicanos Primero y el CEEY, sabemos que no solo se trata de los conocimientos no adquiridos en estos meses, sino también de lo perdido. Puede haber hasta tres años de rezago académico en las generaciones que actualmente cursan los primeros 12 años de estudios. Niños y niñas, estudiantes de tercer grado, que “aprendieron” a leer en línea y que hoy no reconocen siquiera las oraciones más sencillas. Maestros que no saben qué hacer frente a la realidad, tienen que enseñar el currículo de tercer grado a niños que no saben leer. Directivos de escuelas cuya —aparentemente— única alternativa es atribuirles la responsabilidad a los padres; que ellos lo resuelvan. No hay presupuesto, ni voluntad, ni preparación. (Como en todo, siempre hay excepciones). 

En un país en el que se discute continuamente cómo acabar con la pobreza y con la desigualdad, obviar el rezago educativo no solo es engañoso, es perverso. No podremos ser una mejor sociedad nunca si esta realidad no cambia. 

Tampoco podremos ser una sociedad más rica. Ese rezago tendrá implicaciones de mediano y largo plazo para México. El país no va a recuperar este año las pérdidas económicas del año pasado, un crecimiento que no llegará al 6% tendrá implicaciones en el crecimiento per cápita que ha caído aproximadamente 6.1% en los tres años que lleva la administración actual. Las cifras más recientes del IGAE de octubre muestran la tercera caída consecutiva. 

Para hacer el entorno más complicado hemos vivido una inflación por encima del 4% (límite superior del rango objetivo de Banco de México) por casi diez meses. La lectura más reciente, de la primera quincena de diciembre, mostró una inflación anual de 7.45%. La inflación subyacente, que responde más a las condiciones propias de la oferta y demanda de los bienes y servicios, observó el mayor incremento desde la primera quincena de octubre de 2001. Si bien hay factores externos que explican el incremento, éstos no palian el deterioro del poder adquisitivo que la población está viviendo. Aunado, por supuesto, a la falta de crecimiento económico que tanta falta le hace al país. 

Hay tanto que podría hacerse para crecer más, tantas oportunidades de desarrollo esperando, pero para ello tendría que cambiarse el rumbo. ¿Podrá hacerse en 2022? Lo dudo.


@Valeria Moy

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