Hace algunos años escuché la siguiente historia: le preguntaron a un jefe de familia cómo se tomaban las decisiones en su hogar. Mire usted respondió, yo me ocupo de los asuntos importantes como quién va a ser el próximo presidente de México o cuál es el precio del dólar, y mi esposa se ocupa de las cuestiones menores como la educación de los niños, la alimentación y salud de la familia.

Esto hoy ya no es chiste sino realidad. La Jefa de gobierno de la Ciudad de México está ocupada en cosas importantes, como cambiar la versión de la historia nacional, bajando estatuas de sus pedestales y subiendo otras (de mujeres, de indígenas), además de preparando lo necesario (rarísimos programas dizque educativos en ciertas zonas de la ciudad) para ser electa Presidenta en el 24 (aunque diga que por ahora no piensa en eso), y las cosas menores, como el cuidado de la ciudad y de sus servicios, han sido desatendidas por completo.

Pero, como diría el clásico: ¿Y mis impuestos, apá? Porque según la ley, nuestros impuestos son para arreglar banquetas, reparar luminarias, barrer calles, desazolvar coladeras, mantener parques, espacios y mobiliarios públicos en buenas condiciones, pagar a quienes vigilan la seguridad y atienden (es un decir) en las oficinas. ¿Quién autorizó que ese dinero se use para otros fines?

Porque en los tres años que lleva este gobierno, ninguna de esas actividades se está cumpliendo. Nos dan un pretexto tras otro: que el cochinero que dejaron los de antes, que la pandemia, que el sindicato. Total, que por la razón que se quiera invocar, el hecho es que la ciudad está en absoluto abandono.

Hace unos días, iba yo caminando por una avenida, y vi a unas señoras que salían a obsequiarles refrescos a unos barrenderos que se aparecieron por allí a media mañana. Estaban tan contentas de verlos después de meses (según me dijo una de ellas), que les querían agradecer su labor, esa que supuestamente es su obligación y que se paga con nuestros impuestos, lo mismo que el salario de sus superiores en la escala que llega hasta el alcalde y de allí, hasta la Jefa de gobierno.

Pero, ay, ni diez minutos habían pasado, cuando ya esos personajes enfundados en trajes color naranja habían desaparecido dejando el otro lado de la avenida sin limpiar.

Claro que los ciudadanos tampoco cooperamos, digan lo que digan los discursos sobre lo bueno que es el pueblo: apenas una alcaldía pone botes de basura que ya desaparecen, los robos de tapas de coladeras, de cámaras de vigilancia, de cables de luz, hasta de bancas de los parques son nuestro día a día, ni se diga la vandalización de todo: desde la publicidad gubernamental hasta las estatuas de próceres. Y ni qué decir de la basura, pues todos tiran la suya en cualquier parte, así nomás, donde caiga.

Pero esto también sería diferente si hubiera educación cívica (algo inexistente) y atención de las autoridades. En Nueva York se hizo el experimento: cuando los ciudadanos ven que se limpia y cuida, ellos también cuidan.

Quienes sostenemos a la ciudad con nuestros impuestos, merecemos el cumplimiento de lo que le corresponde hacer a las autoridades. Ya se los hicimos saber el pasado mes de junio, cuando la ciudadanía se cobró ese abandono y media ciudad decidió probar otras opciones políticas. Pero por lo visto quienes nos gobiernan no parecen querer entender lo que les quisimos decir.

Escritora e investigadora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com

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