Puebla es una ciudad rica en leyendas. Una de las más conocidas es la leyenda de la Fuente de los Muñecos.

Dicha fuente se ubica en el Barrio de Xonaca, entre la calle 22 Oriente y 18 Norte.

La leyenda más conocida sobre la Fuente de los Muñecos cuenta

Sin embargo, existe otra leyenda menos conocida sobre la misteriosa Fuente de los Muñecos. La , editada por la Gerencia del Centro Histórico y Patrimonio Cultural del Ayuntamiento de Puebla, da cuenta de esta historia, a través de un texto del historiador José Orestes Magaña Hidalgo.

La leyenda se sitúa en la época en la que don Maximino Ávila Camacho (1937-1941) gobernaba Puebla.

En esa época no existía aún lo que es hoy el Bulevard 5 de Mayo, en su lugar corría el río San Francisco, cuyo cauce por lo general permanecía en calma, salvo en época de lluvias.

Una noche de tormenta, el niño Julio Santiago regresaba de la escuela obrera a casa.

Era ya tarde, el pequeño demoró su vuelta debido a que se quedó jugando futbol con sus amigos. La lluvia echó a perder el partido y fue cuando Julio decidió regresar a casa.

Al dirigirse a casa, el niño se percató que un hombre lo seguía; el menor aceleró el paso y echó a correr.

—¡Ven acá!— dijo el hombre.

—No.

—¡No corras!

El niño y su perseguidor intentaron cruzar el puente para cruzar el río, cuando relámpagos y truenos los alumbraron y ensordecieron, lo que los hizo perder el equilibrio y caer al río.

El río San Francisco los arrastró varios metros. El pequeño no sabía nadar y luchó por mantenerse a flote, intentó aferrarse a los troncos que también eran arrastrados por la corriente, hasta que una mano lo sujetó.

—¿Te encuentras bien?— le preguntó una extraña figura infantil, que vestía ropa costosa.

“Por las ropas parecía de mejor familia, y debía de tener una fuerza extraordinaria para haberlo podido sacar del río. A lo lejos veía a una niña de figura igual de extraña, acercándose”.

—Querido hermano— le dijo al niño.

—Hermana, ¿Qué fue de aquel hombre?

—No te preocupes hermano, no volverá a hacerle daño a nadie—, le dijo feliz y llena de satisfacción. —¿Oye, te gustaría jugar con nosotros?— “

Julio permaneció jugando un rato con los hermanos. Mientras estuvo en csu compañía, lo invadió una emoción extraña.

"Como niños que eran no les importaba mucho las horas, el frío y la lluvia, pero eventualmente Julio razonaba que le esperaba una buena reprimenda en casa, así que finalmente les dijo que era hora de que cada uno regresara a casa.

—¡Quedémonos un poco más!— dijo la niña entristecida.

—No lo sé, creo que debería irme a casa.

—Cierto—, respondió la niña —todos tenemos una casa a la que regresar, pero no sé si podrías hacernos un favor.

—¿Qué favor?— preguntó Julio.

—Me gusta mucho tu pelota, esa que tienes en la bolsa con tus cosas. Hace mucho tiempo, mi hermano y yo jugábamos con pelotas así.

—Te la regalo— dijo el niño, pensando que era lo menos que podía hacer por sus misteriosos salvadores".

Al regresar a casa, Julio encontró a su madre llorando. Los policías habían empezado a buscarlo y su padre se alistaba a darle unos cinturonazos de castigo, pero lo salvó el hallazgo del cadáver del asaltante en el río, pues así se comprobó que el niño decía la verdad.

Sin embargo, no había ni rastro de los misteriosos hermanos que le habían salvado la vida.

Durante las siguientes noches, el padre acompañó a Julio Santiago para evitar cualquier otro accidente.

Un día que se desviaron para visitar a un familiar enfermo, Julio se puso a gritar:

“—¡Esos niños me salvaron papa!! Ellos fueron!

—¿Quiénes?

—Esos mismos.

—No seas mentiroso niño, son estatuas.

—No digo mentiras, papá, mira, ¡tienen mi pelota!”

Lo que Julio señalaba era una fuente construida en memoria de dos niños, hijos de uno de los mayordomos de una de las casas de don Maximino, quienes un día salieron al colegio pero nunca regresaron.

Su desaparición ocurrió en un día de tormenta. Y por más que los vecinos los buscaron, no pudieron encontrarlos. Al final no hubo más remedio que resignarse: los pequeños cayeron habían caído al pozo y habrían muerto ahogados ahí.

“Don Maximino, que buscaba ganar puntos con el pueblo pensando en el futuro gobierno que tendría en Puebla, montando a caballo, señaló el pozo causante de la desgracia, y proclamó:

—Pagaré el monumento para que nunca sean olvidados.

El aplauso del pueblo fue atronador.

El edil de la ciudad ordenó cerrarlo y construir una fuente en su lugar, con imágenes perfectas que se buscó que los representaran como habían sido en vida”.

Este contenido se elaboró con información de publicada en la edición 21 de la Revista Cuetlaxcoapan.

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