Todas las definiciones de salud son inadecuadas. No es culpa de quienes se dedican a elaborar o modificar diccionarios. El concepto es complejo y lo es más si se consideran algunos pormenores insoslayables. La salud cambia con la edad, la idea difiere entre ricos y pobres, es distinta en países donde impera el budismo y el concepto no es igual en naciones con sistemas de salud fuertes a diferencia de aquellas sin presupuestos adecuados. Tal diversidad imposibilita un concepto universal. Lo que es cierto, aunque mientan, es la obsesión de los regímenes políticos para politizar el rubro salud a sus connacionales y así granjearse votos.

Comparto dos definiciones. Salud, explica la Organización Mundial de la Salud, “es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad”. Dos observaciones. El equilibrio requerido por la OMS, i.e., completo, me recuerda la idea de felicidad: se es feliz unos momentos, unos días; la felicidad no es permanente. Segunda. La ausencia de enfermedad no determina que la persona sea sana. Otros avatares, como deudas económicas, problemas familiares, insalubridad política, etcétera, impactan en la salud de las personas.

El Diccionario de la lengua española ofrece varios conceptos. Escojo dos: 1. Estado en el que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones. 2. Condición física y psíquica en que se encuentra un organismo en un momento determinado. Una es peor que la otra. ¿Qué significa “normalmente”?, ¿qué implica “todas sus funciones”? Normal es un término complejo. En México desaparecer humanos es casi normal; en Escandinavia no lo es. Hay seres admirables que sobrepasan las funciones promedio de muchas personas: Stephen Hawking, el gran pensador víctima de esclerosis lateral amiotrófica desde los 21 años, o bien, enfermos cuya patología los transforma en seres resilientes y maestros.

El concepto salud contiene un sinfín de ingredientes. La salud promedio en África difiere enormidades con la de los países del Norte de Europa. La insalubridad de la mayoría de las comunidades indígenas en México es atroz, y, si se compara con la salud promedio de las clases medias o altas afincadas en ciudades, el resultado es espeluznante: el número de muertes prematuras y enfermedades debido a la pobreza retrata dos México.

Al hablar de salud es necesario hablar de calidad de vida y del Índice de Desarrollo Humano. Hay una relación interdependiente entre “buena” calidad de vida y salud. La calidad de vida depende de muchos factores. El primordial es el interés ético y económico de los gobiernos por su gente. Entre mayor sea la inversión mejor la salud, mejor calidad de vida y mayor longevidad. Las naciones responsables procuran crear condiciones adecuadas para satisfacer las necesidades básicas de la población: casas funcionales, comida adecuada, seguridad, transporte ad hoc, empleo bien remunerado, escuelas, atención médica, actividades recreativas y preservación del ambiente. Cuando la suma de los factores previos es positiva la calidad de vida es buena.

Lo anterior se concatena con el Índice de Desarrollo Humano, basado en tres variables, i.e., esperanza de vida, educación y Producto Interno Bruto per cápita adecuado (justo). No sorprende que los países con el IDH más alto sean Noruega, Nueva Zelanda, Australia, Suecia, Canadá y Japón. De entre 195 países México ocupa el lugar 86.

Mucha teoría. Vale la pena reflexionar en ella. Dos mini conclusiones: la definición de salud es personal, varía con la edad y con los tiempos. Segunda: México sigue hundiéndose. Cincuenta millones de connacionales no tienen acceso a la salud.

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