Los sismos han acompañado mi vida desde que tengo uso de razón, al ser oriundo de Oaxaca de Juárez, Oaxaca, recuerdo con nostalgia las veces que en la madrugada mi padre nos despertaba a todos y nos hacía irnos a un lugar seguro dentro de la casa cuando empezaba algún movimiento telúrico. Algunos duraban tanto, que podíamos desplazarnos al marco de una ventana y esperar a que terminara de temblar.

Durante mi estudios de primaria hubo grandes sismos que incluso llevaron a la suspensión de clases, y las maestras nos formaban en el patio a la espera de que llegaran nuestros familiares a buscarnos para ir a casa. En particular, recuerdo el famoso sismo de Huajuapan de León, en 1980, que ocurrió a las 8:53 horas de esa mañana del 24 de octubre, y que sacudió la Mixteca de los estados de Oaxaca y Puebla, principalmente. Hubo muchos daños con más de 35 mil damnificados en 300 localidades, y reportes de más de 50 muertes. Así como ése, hubo otros sismos que viví durante mi infancia, y que, en vez de asustarme, despertaban mi curiosidad a tal grado que aprendí a observarlos con detalle.

Años más tarde, estando en secundaria me tocó el gran terremoto de 1985, cuando estaba preparándome para ir a la escuela. Ese sismo se sintió fuertemente, incluso en Oaxaca, y la televisión que transmitía el noticiero con Lourdes Guerrero, dejó de verse en la casa. Como no teníamos más que el teléfono fijo y la radio, no nos enteramos, sino hasta después del día de escuela, de la gran tragedia que se vivía en Ciudad de México. Quizás ese día nació mi interés por la ingeniería civil, aunque ya conocía algo porque en mi familia mi padre era arquitecto y un tío ingeniero civil.

Desde ese famoso sismo de 1985, que oficialmente tuvo 3192 muertes (extraoficialmente algunas organizaciones estiman este número en más de 20,000 decesos), los reglamentos de diseño estructural en México se volvieron más estrictos, principalmente para las grandes ciudades, y por ejemplo, desde entonces el Reglamento de Construcciones para la Ciudad de México y sus Normas Técnicas Complementarias se han difundido a lo largo del país y se enseñan en las principales escuelas de ingeniería civil localizadas en zonas de alto riesgo sísmico.

Siendo estudiante de último año de ingeniería civil, asistí a un simposio de ingeniería sísmica en la ciudad de Oaxaca; nuestros profesores tuvieron a bien invitarnos pues vendrían los científicos más reconocidos del centro del país para hablar de las lecciones aprendidas del sismo de 1985. Recuerdo ver como "rockstars" a personajes que se habían vuelto muy famosos por sus apariciones en televisión; principalmente a Roberto Meli y a Luis Esteva, reconocidos mundialmente en temas de ingeniería sismorresistente y riesgo sísmico.

Mi interés por las estructuras creció y decidí seguir con una maestría en Estructuras en el Tecnológico de Monterrey, en donde me interesé por la docencia. Una beca del entonces Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología me llevó a estudiar un doctorado en Mecánica Computacional en la Universidad de Gales, Reino Unido. Hasta ahí, me siguieron los sismos con origen en mi tierra, pues en 1999 estando trabajando en la tarde, y ya con medios de comunicación más avanzados como el internet, me enteré del gran temblor de la zona de Tehuacán en 1999. Obviamente llamé de inmediato a mis padres, que me relataron que “había estado muy fuerte”.

Después de terminar mi doctorado en 2002, me ofrecieron un contrato para ser investigador postdoctoral en la misma universidad en donde estuve hasta 2004, año en el que me incorporé como profesor de Ingeniería en el Campus Puebla del Tec de Monterrey. Me tocó proponer la apertura del programa de Ingeniería Civil en dicho campus, por el mismo interés que la población estudiantil mostraba por el programa y porque creo firmemente que se siguen necesitando muchos especialistas en temas referentes a la seguridad estructural en zonas de alta sismicidad, como lo es, la mayor parte del territorio mexicano.

Han pasado ya casi 6 años desde los terremotos que sacudieron el sur y centro de México en 2017. El que más daños causó fue el del 7 de septiembre (7/09/17) a las 23:49h con origen en el golfo de Tehuantepec y con una magnitud de 8.2 en la escala de magnitud de momento, seguido a los pocos días por el sismo del 19 de septiembre a las 13:14 h con una magnitud de 7.1 en la misma escala, pero ubicado más cerca del centro del país.

El sismo del 7 de septiembre causó la muerte de 99 personas, 79 en Oaxaca, 16 en Chiapas y 4 en Tabasco según datos del Centro Nacional de Prevención de Desastres, CENAPRED. Por otro lado, el sismo del 19 de septiembre dejó 369 fallecidos: 228 en Cd de México, 74 en el estado de Morelos, 45 en Puebla, 15 en el Estado de México, 6 en Guerrero y 1 en Oaxaca. En total esos dos sismos, en menos de 2 semanas cobraron la vida de casi quinientos mexicanos. Si consideramos la magnitud de los sismos y la cercanía de los epicentros a poblaciones, podemos decir que tuvimos cierta fortuna, pero también debemos reconocer que México ha avanzado mucho en el tema de construir de mejor manera.

Recordando mis años de estudiante de doctorado, me llenaba de orgullo al presentarme en congresos o con investigadores de otros países que conocían bien los avances que México había tenido en mejorar reglamentos, y algunos me decían "la ingeniería sísmica mexicana está dentro de las mejores del mundo". Yo recordaba aquellos sismos que viví desde mi infancia y cómo la naturaleza siempre se hace presente, repentinamente con sismos importantes que inevitablemente nos dejan marcados. Si bien no podemos predecir con precisión las fechas y horas de un próximo evento sísmico, sí podemos saber por estadísticas en qué regiones ocurren sismos importantes cada determinado número de años; ésto debido a la geofísica del planeta y a la acumulación de energía en ciertas fallas, que cuando se rompen y se libera la energía, provocan esos sismos.

Haciendo un recuento de los sismos aquí mencionados, el sismo de Huajuapan en 1980, el de Tehuacán en 1999 y el del 19 de septiembre 2017 pudieran considerarse en la misma región geográfica; y los expertos nos han dicho que se pueden esperar más sismos en esa misma región en los años por venir. Personalmente considero que, en cuanto a los daños estructurales y materiales de los sismos de 2017, pudo ser peor, comparado con los daños de los sismos de similar magnitud que ocurrieron en Turquía durante 2023; sin embargo, quizás la frecuencia con la que vivimos los movimientos telúricos en México nos ha servido para prepararnos -incluso desde tiempos prehispánicos- para vivir y ver estos eventos como parte de nuestra vida cotidiana; aunado al evidente desarrollo científico y tecnológico que hemos tenido en los últimos años, como un país pionero en el área de ingeniería estructural para construcciones sismorresistentes.

Con el avance que en décadas recientes han tenido las computadoras, se han hecho posibles las simulaciones computacionales en las que se resuelven las ecuaciones de movimiento estructural, o la segunda Ley de Newton, para desarrollar edificios robustos e inteligentes que ahora imperan las ciudades en zonas sísmicas, por ejemplo en Oaxaca, Puebla, o la Ciudad de México; lugares donde vemos torres de más de 200 metros de altura diseñadas con principios robustos de ingeniería civil/estructural.

Quisiera cerrar esta columna invitando a las nuevas generaciones a interesarse y continuar estudiando las áreas de la ingeniería que desarrollen nuevas tecnologías y estructuras resistentes a los sismos; aunque algunas personas lo duden, la ingeniería civil en México ha alcanzado grandes niveles de desarrollo dadas las características y las zonas sísmicas que integran el territorio mexicano. Como ingeniero y académico, espero que nuestro país siga aportando a ese gran renombre que tiene la ingeniería mexicana en el mundo, y sobre todo, espero seguir contribuyendo a tener construcciones cada vez más seguras y resilientes.

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