Por favor señor Rector de nuestra Universidad Nacional Autónoma de México, no vaya usted a caer en la trampa, en el caso de la ministra Esquivel, que le tiende el presidente López Obrador. Quien, sin el menor respeto a la autonomía, casi casi le da una orden, pero, como es su costumbre, viene acompañada de una conclusión que en sus palabras es sentencia: “Él puede convocar a un comité para resolver esta polémica, en la cual hay un interés político”. Aunque en el caso del plagio se ha visto obligado a reconocer: “Tiene que haber un dictamen, o sea, si hay coincidencias, en eso todo mundo coincide, de que es una copia, de eso no hay duda, lo que hay que ver es quién copió a quién, quién plagió a quién”. Lo que es, sin duda, una nueva maroma en la defensa de Yasmín Esquivel: una versión nostradamusquesca cuatrotera que además tiene la capacidad de ir y volver al futuro, cuando asegura que ella escribió su tesis en 1986 ―donde se citan eventos de 1987― y que esa es la que le copió el estudiante Edgar Ulises Báez Gutiérrez. Un margallate que ofende la inteligencia y que movería a la carcajada si no se tratase de un tema tan serio.

A ver: ya la UNAM ha informado que “el dictamen de coincidencias se hará del conocimiento de un Comité de Integridad académica y científica… respetando el debido proceso legal y en estricto apego a los procedimientos y tiempos establecidos en la normatividad universitaria”. Así que dónde está la necesidad de involucrar al mismísimo rector en este juego de patrañas, en el que, si el resultado del dictamen universitario fuera adverso a los intereses presidenciales, a alguien le resultaría extraño una diatriba así en la mañanera: “siempre les dije que la UNAM se había convertido en neoliberal y retrógrada y ahora el rector Graue se descara como un conservador que se opone a la transformación del país”. El riesgo es enorme y no vale la pena que lo corra, Rector. Porque usted representa a la mayor casa de estudios y conocimiento ahora tan menospreciada en el actual gobierno. Cuente usted con el respaldo de la gran mayoría de la comunidad universitaria que lo único que le pide es que investigue a la impresentable señora Martha Rodríguez, de quien se asegura ha asesorado más de quinientas tesis, de 100 mil pesos promedio cada una, lo que le habría dado una fortuna de 50 millones de pesos para ella y sus paleros y cómplices. Urge limpiar a la UNAM de sospechas sobre una maquinaria de plagios a su interior.

Y hablando de prestigios, urge a la Suprema Corte mantener el suyo que ―aunque vapuleado a veces― es esencial para la nación: ¿mantendrá en su pleno a una ministra que no es ni siquiera abogada?

Sobre la que el presidente ha dicho que “cualquier error o anomalía cuando fue estudiante, es infinitamente menor al daño que han causado algunos intelectuales”. Una más: “Ella ha actuado con mucha rectitud y apoyado nuestras ‘incursiones’ al poder judicial; cuando todos estaban en contra de la ley eléctrica, ella defendió la postura nuestra”. Lapidaria: “Evidente que todo este escándalo se da en víspera de la elección en la Corte. Todo mundo sabe que ella es aspirante a la presidencia…” Y sí, López Obrador ya tenía a una ministra dócil, pero ahora quería a una presidenta dócil. El tercer poder que le falta.

La Suprema Corte tiene la palabra: un país de leyes o un país de cínicos.

Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

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