El país está de luto. El récord de más de 122 mil asesinados y miles de desaparecidos en 42 meses que lleva este sexenio, una violencia lacerante y el miedo y terror en el que se vive en regiones enteras, no logran mover un ápice, ni un milímetro, la obstinación del Gobierno en su estrategia fallida. Mucho se dice que están concentrados en atacar las causas y de ahí los programas sociales, como si la pobreza fuera en sí misma el factor que contribuye a esta situación. Esto es falso. Lo que la permite es el control territorial que ejercen los grupos criminales con toda impunidad, el que se les haya concedido que se hicieran de cargos públicos a partir de sus aportaciones a las campañas sobre todo del partido gobernante. Son los intocables, (a los que se les deja libres a los ojos de toda la nación, como sucedió con Ovidio Guzmán) y la abdicación del Estado mexicano de sus obligaciones, de la legitimidad que le da nuestra Constitución de utilizar la fuerza para proteger a la población ante cualquier amenaza.
Por lo demás, los programas sociales, sobre todo si no están bien focalizados, no son suficientes para compensar la desigualdad que es lo que genera la fractura social, el encono y el resentimiento de jóvenes que observan gráficamente las enormes disparidades entre ellos y quienes tienen más opciones económicas y sociales. Sólo el crecimiento y una justa redistribución de la riqueza podrían contribuir, aunque el problema es más complejo.
Pero más allá de todo esto, lo que preocupa significativamente es la abierta omisión del gobierno actual, su indolencia, su falta de empatía con miles de familias que hoy sufren una pérdida o que simplemente no encuentran a sus familiares. ¿Tantos años de luchar por alcanzar la Presidencia, de recorrer el país, de saber de sus problemas para esto? ¿Para recrudecer la militarización, para renunciar a una policía civil, profesional, encargada de la seguridad? ¿Para humillar a nuestras fuerzas armadas mientras se compra el silencio de sus altos mandos con contratos millonarios para obras públicas que deberían de estar construyendo otros? Todo esto está contribuyendo a la degradación de la vida nacional, a la descomposición creciente que lejos está del anhelo de paz de la inmensa mayoría de las y los mexicanos.
La polarización del discurso de odio, de denostación que se pregonan desde palacio, no son la ruta para la paz y la reconciliación nacional. 42 meses de Gobierno así lo demuestran. El asesinato de los curas jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar les pega a este Gobierno en la línea de flotación. Una comunidad que se puede decir contribuyó al triunfo de AMLO hoy es golpeada directamente por la incapacidad de su gobierno para contener la ola de violencia y por su negativa de revisar su estrategia. Esto incluso ha llegado hasta el Jefe del Vaticano, quien habla del número de asesinatos en México lo que es significativamente grave, pues estamos hablando de un país mayoritariamente católico.
Indigna más que servidores públicos (a los que me parece indigno que acepten ser llamados corcholatas) estén en abierta campaña utilizando recursos públicos y violando la ley. No se conmueven ante tanto luto y dolor, solo les importa el poder, y que el único señor que manda los unja, aunque su camino esté pavimentado de sangre. No tienen vergüenza ni ellos ni su jefe. No les significa el miedo y el terror en que se vive. Por eso suena tan fuerte y contundente una sola frase que resume lo que muchos sentimos: “Ya no alcanzan abrazos para tantos balazos”. En efecto, ese no es el camino para la paz.