Hasta la fecha, la trilogía de El Señor de los Anillos (2001 – 2003) continúa siendo todo un fenómeno cinematográfico, tanto en la forma en la que fue realizada, con la precisión, apoyo y pasión de un equipo técnico, artístico y de producción/estudios con la paciencia suficiente como para otorgarle 2 años al proceso de preproducción para que sea perfecta, como en la forma en la que resultó, con una serie de maravillas técnicas que revolucionaron la industria a nivel de efectos especiales, score, narrativa y en la escala del diseño de producción, otorgándole a su tercera entrega la máxima de ganar 11 premios Oscar en 2004.

Por otro lado, y en palabras de su mismo director, Peter Jackson, el desarrollo de la trilogía de El Hobbit (2012 – 2014) fue un completo desastre, siendo el opuesto absoluto de lo sucedido con la trilogía anterior. Dadas las prisas de Warner Bros. por asegurar el dominio sobre los derechos de la franquicia, se optó por apresurar todo tipo de desarrollo en la trilogía, desechando el trabajo hecho por Guillermo del Toro – quien originalmente iba a dirigir – para empezar desde cero sin mover la fecha de estreno, lo que resultó en descuidos técnicos, simplificación de métodos, abuso de efectos especiales, estrés sobre la dirección y demás inconvenientes, lo que se agudizó aún más cuando las dos películas originales fueron transformadas en tres por órdenes del estudio, modificando aún más el proceso tan ajustado de producción.

Si bien la trilogía de El Hobbit resultó en un éxito comercial, esta no recaudó lo mismo que la trilogía anterior, con críticos y fans, aunque no disgustados, claramente podían observar la diferencia de calidad entre ambas sagas. Este ligero rechazo mediático resultó en el congelamiento de la franquicia por 10 años, con su actual regreso triunfal levantando algunas cejas, pues la actual dirección del estudio con el manejo de la mayoría de sus propiedades mayores han resultado en fracasos estrepitosos en crítica y taquilla; además, la inclusión del estilo anime también resulto como un elemento cuestionable, esto debido a las declaraciones de los ejecutivos, quienes denominaban al arte japonés como una nueva técnica que apenas había terminado de madurar lo suficiente como para contar historias serias.

Tras una producción sin contratiempos, el momento finalmente ha llegado, y el nuevo filme de la Tierra Media debe afrontar los siguientes cuestionamientos: ¿Será una digna entrega de este mítico y épico universo fantástico? ¿La animación resultó ser el medio correcto para contar esta historia? ¿Warner Bros. podrá cerrar el año con una buena película?

Así llega El Señor de los Anillos: La Guerra de los Rohirrim. Dirigida por Kenji Kamiyama (Star Wars: Visions – El Noveno Jedi, Blade Runner: Black Lotus) y protagonizada por Gaia Wise (Nunca es Tarde para Enamorarse, Un Paseo por el Bosque), Brian Cox (Succession, La Supremacía Bourne), Luke Pasqualino (Medusa Deluxe, Snowpiercer), Lorraine Ashbourne (King Kong, Bridgerton) y Miranda Otto (El Señor de los Anillos: Las Dos Torres, Háblame).

En este épico relato, ubicado 183 años antes de la trilogía de El Señor de los Anillos, seguimos la historia de Héra (Gaia Wise), hija de Helm ‘Mano de Hierro’ (Brian Cox), el legendario rey de Rohan, en su camino por defender su hogar de la terrible invasión de los Dunlendinos liderados por Wulf (Luke Pasqualino), con quien comparte un pasado que dio origen a sus destinos.

A diferencia de las otras películas dentro de la saga, La Guerra de los Rohirrim se presenta a sí misma más como un cuento, un relato, y esto establece un límite específico sobre el tipo de relaciones y dinámicas que ofrecerán los personajes, pero mucho más importante, ofrece un ritmo condensado cuya misión es seguir adelante con tal de resaltar los temas principales dentro de la historia, los cuales recaen en los hombros del valor del deber, el honor y la valentía.

Gracias a esta estructura, la historia viaja rápida y cómodamente del punto A hacia el B, ofreciendo suficientes hechos como para transformar a los personajes durante su viaje, los cuales, afortunadamente, cuentan con un gran rango de personalidad desde el momento en el que los conocemos como para enganchar a la audiencia dentro de sus dinámicas, objetivos y problemas, especialmente haciendo un énfasis en este último punto, pues el conflicto es rápidamente introducido en la película con tal de guiar la historia hacia un propósito claro y definido.

Las actuaciones y la caracterización de los personajes realmente son destacables para todos los miembros del cast, quienes aportan un gran rango de voz que logra capturar la emocionalidad de las escenas, creando espacio para el juego entre diálogos que hace de los personajes mucho más entrañables. En cuestión de desarrollo, y debido a la naturaleza de la narrativa inclinada hacia el relato, los personajes no se profundizan por completo, pero definitivamente no es necesario, pues portan el estandarte de los arquetipos suficientes como para ser bien definidos e identificables entre sí, pero sin llegar a ser estereotipos simples con tal de llegar a una enseñanza obvia; de esta manera, por ejemplo, Héra y Helm pueden ser vistos como los estereotipos de la princesa rebelde y el rey estoico, pero la manera en la que se abordan, donde se deja espacio para los errores, el aprendizaje y las múltiples motivaciones, da pie a una imagen más completa del mismo concepto.

Enalteciendo cada acción a la máxima potencia, está la música. Se retoma parte del score original de la trilogía del Señor de los Anillos, actuando como un leitmotiv efectivo que agranda cada dinámica que tiene que ver con los temas principales de la historia, aún más cuando estos involucran a los personajes aprendiendo sobre ellos. La propuesta del score nuevo, la cual se construye poco a poco a medida que avanza la película y sobre las notas de la trilogía original, es completamente efectiva y épica, agregando su propia dinámica hacia el final de la historia, cuando se independiza por completo hacia su propia identidad como filme.

En cuestión de animación, el resultado es asombroso. Como medio, La Guerra de los Rohirrim aprovecha el método para expandir en sus coreografías de acción y en la variedad de elementos fantásticos propios del mundo de la Tierra Media; sin embargo, queda claro que uno de los motivos más grandes de hacer esta historia en animación es para reducir los gastos de una producción live action, y esto queda claro cuando se termina la película, pues la historia, en esencia, no es nada compleja, ni utiliza la animación para traer algo imposible a la vida, dado que la mayoría de conceptos y escenarios retratados ya se han visto y utilizado en la trilogía original, solo que hacerlos el día de hoy, ya sea por medio de CGI o elementos prácticos, es mucho más costoso.

A pesar de lo anterior, la dinámica animada es interesante y disfrutable por completo, sumando a una experiencia diferente que ayuda a separarse de las demás películas de la franquicia, creando su propio valor.

Si hablamos de algo negativo dentro del filme, quizá podría ser su final, donde se intenta realizar una conexión hacia la trilogía original que no necesariamente es mala, pero existe poco dentro de la película como sustentar su mención, quedando más como un guiño hacia la audiencia que se entromete en los momentos finales de la historia.

Al final, El Señor de los Anillos: La Guerra de los Rohirrim se trata de una entretenida experiencia en el cine, llena de aventura, acción, animación espectacular, y personajes carismáticos cuyo viaje de triunfo o derrota es sin duda emocionante. Una entrega arriesgada dentro de esta amada franquicia que logra encantar por sus propios méritos, convirtiéndose en un aperitivo para cualquier fanático que quiera hacer su maratón anual de la trilogía original.

Sin lugar a duda, se trata de una digna adición a la saga, donde más historias similares, tratadas con el mismo cariño y respeto, son más que bienvenidas.

9/10

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