La leucemia linfoblástica aguda que padece Luis Carlos, de 10 años de edad, cambió el rumbo de su vida y el de su familia.

En entrevista con, su mamá, Teresa Tirzo Juárez compartió el difícil camino que ha tenido que recorrer desde que a su hijo le diagnosticaron leucemia.

Leucemia es el término general que se usa para denominar las variantes de cáncer en la sangre y la linfoblástica aguda, es una de las más comunes.

De esta enfermedad nada sabía la familia de Luis Carlos, hasta que el 19 de septiembre de 2019, luego de presentar un moretón en la pierna e intenso dolor que le impedía caminar, ingresó al Hospital para el Niño Poblano, donde le confirmaron el diagnóstico: leucemia.

Desde entonces el pequeño va y viene del hospital y toma costosos medicamentos a pesar de la precaria situación económica en su casa.

Cada ocho horas debe tomar su antibiótico, el cual conseguían sus papás a un costo de 2 mil pesos para cada semana.

Debido al desabasto de medicamentos en el Hospital para el Niño Poblano, también tienen que conseguir metotrexato de 120 pesos la caja y mercaptopurina, que vale mil 700 pesos cada mes y tienen que suministrarle los siguientes tres años.

A esos gastos se suman los de la renta y otros más, por lo que el hijo mayor de la familia, de apenas 12 años de edad, abandonó la escuela para dedicarse a trabajar.

La señora Teresa tuvo que renunciar a su empleo para cuidar a su hijo las 24 horas del día en el hospital.

“El 24 de junio le tocaban sus medicinas a Luis Carlos pero fui al hospital y me dijeron que no llegó, y no pueden darle el tratamiento completo; eso hace que todo lo que ya se había avanzado en combatir la enfermedad, retroceda”, dijo angustiada. 

La situación ha ocasionado que su hijo se deprima. “No habla. Yo siento que está enojado con la vida porque no lo platica. La enfermedad lo ha cambiado, se enoja mucho y con todos y no quiere que nadie lo visite en el hospital”, relató.

Además, la interrupción del tratamiento por falta de medicinas puede agravar su condición de salud, ya que Luis Carlos ha bajado de peso.

Reconoce que su estado de ánimo no ayuda mucho a su recuperación, pues estando internado se la pasa llorando, triste o enojado. Si eso no bastara, su mejor amigo del hospital, falleció.

“Está un poco difícil mi situación porque no pedimos la enfermedad y nos llegó así de la nada. Era un niño normal, que iba a la escuela y ahora día a día se va deprimiendo”, indicó. 

Ante la falta de ayuda gubernamental, los papás de niños enfermos de cáncer se apoyan de las fundaciones como Una Nueva Esperanza, pero aun así su futuro sigue siendo incierto.

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