Miramos el escenario de la República. No hay solución para los problemas que nos asedian, pero abundan las ocurrencias que excitan a los espectadores y nos dañan y avergüenzan. El lance de estos días estuvo a cargo del actor más pródigo en intemperancias. Contendió con el Parlamento Europeo, en nombre de México y con delicada prosa presidencial. Operó por su cuenta, sin otro acompañamiento que su imaginación y su elocuencia.

La raíz del desencuentro es la violencia que abruma a los mexicanos. Entre ellos, los periodistas que perdieron la vida a manos criminales. Cuando esto ocurre, las autoridades emiten condenas furibundas. Pero no pasa nada. Los asesinatos de periodistas —como de otros compatriotas— se acumulan en la estadística. Y ahí reposan.

Estos hechos llegaron al Parlamento Europeo (como otros sucesos en años anteriores), que se pronunció inmediatamente: severa condena y reclamación de eficacia en proveer seguridad a los periodistas y aplicar la ley a los delincuentes. El Parlamento no siguió —se ha manifestado en estos días— la comunicación protocolaria con el gobierno mexicano para ventilar el problema. Condenó con el voto abrumador de la inmensa mayoría de sus integrantes. Así supimos, de nueva cuenta, cómo se mira a México desde los observatorios internacionales.

El Ejecutivo reaccionó con una carta de su puño y letra (nos dijo más tarde, asumiendo plena responsabilidad) en la que lanza todo género de proyectiles contra los parlamentarios del Viejo Mundo. Extremando el estilo de sus matinées, la prosa presidencial cubrió de insultos y reconvenciones a los eurodiputados, como si se tratara de sus consabidos adversarios, conservadores y neoliberales. Entre otras calificaciones (a las que estamos acostumbrados), les llama “borregos” que siguen consignas “golpistas”. ¿Es que los adversarios de la 4T instruyeron a los parlamentarios para golpear al gobierno mexicano? ¿Es que no movieron un punto ni retiraron una coma de las instrucciones giradas por sus supuestos mandantes (como sucede en el sufrido parlamento mexicano, donde la mayoría recibe iniciativas del Ejecutivo con la consigna de no poner ni quitar puntos o comas)?

Inicialmente se creyó que era falso el texto exuberante de invectivas patrióticas contra los intervencionistas y neocolonizadores. El tamaño de la sorpresa correspondió a la enjundia de la carta. Pero pronto se aclaró que el texto era auténtico y se debía a la inspiración del presidente de ciento treinta millones de mexicanos. El gobernante iracundo había desplegado su estilo característico y enfilado su prosa hacia el Europarlamento. Sin el freno de la cordura, el misil dio en el blanco.

Después de la extrañeza (pero sólo los ingenuos podían extrañarse) vino la irritación por una conducta oficial que desafía las reglas más elementales de la civilidad política y abre un nuevo frente de batalla entre los muchos que nos ha obsequiado nuestro gobierno (sin punto de reposo).

Convengo en que la reconvención europea pudo formularse en otro cauce, pero no puedo ignorar que efectivamente prevalece una ola criminal que avanza impunemente, y que es deber del Estado (no de los Estados europeos, sino del mexicano) amparar a sus ciudadanos y contener la criminalidad que nos sofoca.

Las palabras utilizadas en la carta presidencial no hacen honor a la investidura de quien las profirió ni a la dignidad del pueblo que aquél representa. Se quiso abatir una injerencia imaginaria con un despropósito que nos pega de vuelta, como boomerang. Por eso vale decir: “No nos avergüence. Mejor despliegue su energía en abatir la violencia y amparar a sus compatriotas”.

Profesor emérito de la UNAM

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