Con exquisita sensibilidad sobre la salud de sus gobernados en esta hora de pandemia, el Jefe del Estado lanzó una ardiente convocatoria: celebremos las glorias del gobierno con una tremenda manifestación. Convencidos o atraídos, llegaron hasta el Zócalo millares de ciudadanos que escucharían los aciertos del gobernante y disfrutarían las facilidades que quién sabe quién proveyó para su traslado y bienestar. La alegría subió de punto cuando el orador ocupó la tribuna (a prudente distancia de su gabinete y de la muchedumbre) para animar el vuelo de las campanas republicanas.

No soy asiduo a las matinées cotidianas, pero resolví asistir (virtualmente) a la alegre (y fervorosa) tardeada. Deseaba conocer las razones de la convocatoria republicana (a despecho del Covid) y los progresos de la nación en tres años de infatigable gobierno. Oiría las razones en que se funda la frenética transformación y sabría el porvenir que aguarda a nuestra incierta República en los años (y acaso los siglos) que comienzan a llegar. Puse atención. Por unos minutos (que fueron demasiados) los mexicanos dejamos nuestras tribulaciones y escuchamos al Jefe del Estado.

El animoso discurso pasó detallada revista a los progresos que pueblan la imaginación del orador. Con este caudal animó a los concurrentes, que aplaudieron a la menor provocación. Oímos los bienes que constan —dijo aquél, con enjundia y convicción (me pareció)— en este venturoso capítulo de nuestra historia. La nave del Estado avanza viento en popa —aseguró en muy alta voz—, venciendo las inclemencias que sembró la tormenta neoliberal, fuente de tantas desdichas que ya ni sabemos cuántas son.

Sin embargo, orador amigo, yo tengo otros datos. Son los que obran en poder de la nación. Otros datos que ponen en cuarentena (por decir lo menos) las afirmaciones derramadas sobre la muchedumbre. Usted suele invocar los otros datos que dice tener para impugnar la realidad y negar los agravios y los tropiezos, los fracasos y las frustraciones que propalan los conservadores, empeñados en oscurecer la imagen del gobierno y abatir la alegría de los gobernados. Con vehemente oratoria, en la asamblea del Zócalo usted proclamó los éxitos de su gobierno, que va logrando —a ojos vistas— la felicidad del pueblo: preservación de la salud, recuperación de la economía, vigencia del Estado de Derecho, respeto a la división de poderes, amparo a las libertades de los mexicanos y otras lindezas. Su oración culminó con una apasionada defensa de la revocación de mandato: será una ratificación del irrevocable gobernante que hoy redime a su pueblo. Por supuesto, la promesa generó alegría y animó la esperanza de la numerosa clientela electoral.

Pero la nación tiene otros datos, orador amigo. Son los amargos datos de una realidad inhóspita: decae el Estado de Derecho, declina la salud, menguan los derechos, prevalece la inseguridad, crece la pobreza, no cede la corrupción, se divide la sociedad, abundan los agravios, se multiplican los problemas y cunde la insatisfacción. La siembra de encono, ejercida con largueza, comienza a producir sus frutos. Esos son los otros datos que tienen los ciudadanos, datos ausentes de las declaraciones del gobernante (sean ligeras matinées o tardeadas majestuosas), y visibles para los ojos de la nación. Este es el nuevo patrimonio de los mexicanos al cabo de tres años de transformación. Y esta será la certeza que llevarán consigo, una vez que amaine el entusiasmo, los compatriotas que vuelvan a sus casas colmados por el discurso y abrumados por la realidad. ¿No es así?

Profesor emérito de la UNAM

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